viernes, 21 de octubre de 2016

Carta a Edimburgo


            Encontrarte entre la soberbia neblina de la mañana, fue el principio de un romance. Fue el despertar de aquel día en que tus húmedas paredes de edificios viejos me susurraron las primeras poesías de tu geografía, de esa ciudad de chimeneas que humeaban historias de hogares fríos y oscuros. Con esa lluvia fina, serpiterna, callada, que acarició por primera vez mi rostro, y deslizaste tus encantos de mujer bella en mis ojos.

Así te recuerdo y camino por tus calles buscando las sombras de tus muros donde un libro antiguo causó la felicidad inusitada; donde tu historia me hacía guiños para guiarme al Castillo o a un Pub viejo donde Robert Burns en una tarde de amigos bebió una cerveza o escribió algún poema; donde las Tierras Altas de Escocia llevaban su esencia en el Acqua de vitta y las conversaciones se aderezaban con ese sabor poderoso de tu bebida mágica.
Walter Scott amaneció sonriente a pesar de su monumento oscurecido por el tiempo. Tus   habitantes pasaban de largo ignorando su presencia. Pertenece a ellos. Saben que está ahí para contar sus historias y poemas. El arribo a su terruño y el helado viento sólo permitió un saludo breve a su grandeza.

Después que la máquina de sueños vence la distancia, ese tren que dejó Londres a cientos de kilómetros en Kingcross station, no es una emoción cotidiana el estar en tu suelo, es el oasis que resucita mi espíritu y quiere reencontrar la aventura.

Grassmarket, episodio de emoción al encontrar en su calle las más variadas expresiones: tu gente, tu espíritu añejo, un pequeño mercado; edificios que guardan historias que conviven en el tiempo; y tu fuente medieval West Bow Well (que da inicio a la calle del mismo nombre)  que es  célebre por las cabezas que ahí, adornaron los patíbulos.

Subir por West Bow y llegar a Victoria es recorrer tus medievales piedras que en secreto se ocultan en los edificios del siglo XVIII; regocijarse en la cuesta arriba y encontrar un libro viejo que te espera en la Old Town Bookshoop;  soñar con la  interminable imaginaria Isla del tesoro y sus corsarios;  y navegar por la desconocida tierra de Nunca Jamás.  

La sentencia incomprendida y una muerte que aún palpita entre los tuyos, me estremeció, aún más, en tu soberbio castillo. Ahí estaba esperándome, callado, impenetrable, con sus siglos encima, de ese tiempo que quedó atrapado entre sus piedras.
La ensombrecida vida de María, Reyna de los escoceses, tomó vida, cuando en mis sueños, la vi en el pequeño resquicio del castillo arrullando al futuro Jacobo I.  Ahí se escuchó el llanto del futuro rey que se coronaría rey de Inglaterra treinta y siete  años después. Las libreas de la servidumbre rodeaban a la Reyna y al príncipe en aquel momento de 1566, un heredero a un trono para el que sólo había un futuro más que incierto.
Recorrí sus pasillos, patios, torres y un pálpito de melancolía e interrogantes pensamientos quedaron sin respuestas al recordar la muerte trágica de María Estuardo en Northamptonshire, después de un largo cautiverio permitido por su prima Isabel I de Inglaterra.

El White Hart Pub sació mi sed y pude trasladarme a los años en que Robert Burns tal vez ocupó la misma mesa y quizás pensó aquel verso de Los viejos tiempos…

    Por los viejos tiempos, amigo
   Por los viejos tiempos:
   Tomaremos una copa de camaradería
    Por los viejos tiempos…

Descansada la emoción pude partir al reposo agitado del sueño. Desde un ventanal admiré otra vez a tu soberbio y oscuro castillo, vislumbré tus calles y la fuente West Bow Well donde sombras inquietas degolladas caminaban y buscaban sin lograr encontrar sus cabezas tal vez inocentes. Oí los murmullos desde Lawnmarket  animando al verdugo a dar el castigo merecido a William  Burke.

En la profundidad de mi insania, caminé por tus calles oscuras y me encontré con dos caballeros donde la bondad y perversidad se fundían en uno solo; donde la parte contraria era el perfecto complemento de las dos personalidades. Mr Hyde mostró su rostro,  su sonrisa macabra  que Robert Louis Stevenson inmortalizó como el lado humano y  oscuro que llevamos dentro, muy dentro de nuestro bueno y correcto Dr Jekyll.

Hay mañanas que sólo son comprensibles para el alma. Un amanecer brumoso, nubes grises, una ligera llovizna fueron el cobijo para más de mi delirio. Aunque un sol impertinente alumbró más tarde para caminar por tus calles y llegar a tu Atenas: Calton Hill. Un verde infinito cubría su colina para poder admirar tu Partenón, alguna vez vergüenza injusta, ahora símbolo nacional del heroísmo a los caídos contra el Corso.


La fidelidad, tiene un nombre en tu ciudad. Quizás un símbolo más para enaltecerte. Esperar catorce años el retorno del más allá, mereció a Bobby el bronce que le da forma a su figura en el puente Jorge IV. El pequeño Skye Terrier esperó que los años llegaran para reunirse con su amo en 1872.  En la misma tumba del cementerio Greyfriars, yacen John Gray y su fiel amigo para recordarnos que la ilusión bien puede durar hasta encontrar la muerte.  

Así pasaron las tardes húmedas,  las mañanas melancólicas que  acudieron a acompañarme a lo que sabía era inevitable, a la esclusa del tiempo que me conducía al adiós.

Partí una mañana con el tiempo en agonía y ágil paso hacia la estación. Haymarket fue el epílogo al apasionado encuentro; al  que se encarnó a primera vista en mis más entrañables recuerdos. Un tren me traía al retorno inevitable, a la pronta nostalgia que eterna recuerda los viejos tiempos...

   Por los viejos tiempos, amigo
   Por los viejos tiempos:
   Tomaremos una copa de camaradería
    Por los viejos tiempos…



                                                           

viernes, 7 de octubre de 2016

Quince días



La llamada telefónica le interrumpió el sueño al veterinario. Justo cuando las imágenes apenas tomaban formay en el momento que el cuerpo pierde el contacto con el mundo para irse a esa pequeña muerte onírica, ¡ring ring!
-Bueno -contestó con pequeño tono en pregunta: ¿bueno?
-Hola doctor, soy la dueña de Coki. -Al reconocer el nombre del paciente de inmediato lo relacionó con la muerte cercana que le susurraba al oído una amenaza directa: no me olvides, que pronto pondrás en mis brazos el alma y el cuerpo de ese paciente. 

-¡Ah! qué tal,  como va Coki. 
-No la veo muy bien. Respira con mucha dificultad y...casi no se mueve. 

La entonación que daba la voz de la dueña, no podía ser más que  de angustia y desesperanza. Su Labrador de diez años de edad se encontraba en estado terminal. 
"¿Queda algo por esperar cuando un tumor en el pulmón ha cubierto el ochenta por ciento del tejido bueno, y  si esto fuera poco, ha enviado células malignas a otros órganos del cuerpo?", pensó el veterinario. 

¡La historia completa lampodrás leer en el libro Vida de Perros!
Envíos al correo luismartin001@gmail.com

lunes, 5 de septiembre de 2016

Sueño



Nos sumergimos en el sueño,
 en la locura desenfrenada bajo melodías
 de acordes azules, a veces suaves como
 terciopelos  y otras de calor intenso.

 Entre sonatas y sus corcheas perfumadas
distinguimos nuestro aroma único, infinito.
Y los sonidos de nuestras miradas nos cobijaron
 con  afable húmeda ternura

Construimos palabras, odas, esteros,
 pirámides, jardines colgantes, palacios:
 hasta que no hubo espacio más
 para nuestro inmenso e indescifrable mundo.

La noche que inventamos, que de la
profunda nada nos encontramos para
sellar las bocas del silencio,
y llenar el espacio con suaves alientos,
fue el ignoto camino inesperado afecto hacia tus ojos.  

Fue en una callada prosa que oculté el
secreto de tu píelago reflejo escondido en
tu mirada, donde guardabas tus horas tristes,
 las aciagas horas de tu soledad
  
Quemé las letras y la ceniza inquieta
 construyó estos versos  
 Cuando tu imagen pensaba tan lejos:  
tu presencia.
Cuando tus ojos creía ausentes:
 tu rostro:  y tu sonrisa perturbó el silencio.

Mal hiciste cuando ajena al tiempo,
 tu frágil silueta se enredó en mis brazos; 
sedientos de inasibles y cálidos afectos
 fue en la trémula inconsciencia que encontré tus labios.

El pausado desgaste de mis manos en tu talle
 fue  deseo interminable,
pasión inconclusa de mi profundo anhelo,
ahora te veo, lejana a aquel sueño

 Quisiera decirte envuelto en tu pecho
ahora que estás en tu verde estero

Mas lamento que lejos, sólo pueda
verte en mis desvelos

Y de la inquieta ceniza te diga estas letras,
 de añejos deseos, dichos en verso…



lunes, 20 de junio de 2016

Corregidora 47



“Un inmenso destello de recuerdos ha turbado mi soledad: la mano cálida de mi padre, su sonrisa franca; una tarde, a veces húmeda, otras veces  oscura anunciando la noche; una ilusión que pronto se convertiría en un abrazo y bromas de mi abuelo.
“Era el universo infantil que esperaba ansioso el encuentro, bajo la  pequeña entrada en esa calle misteriosa del centro de la ciudad. Traspasar el umbral y recorrer esas escaleras sin sombras, donde la oscuridad se adueñó  de ellas para siempre. Ahí, a unos cuantos pasos ya estaba la puerta que, una vez traspasada, el mundo era otro: mágico, lleno de aventuras con esos espacios que se colmaban de sonrisas, afecto y voces de diálogos que seguro estoy quedaron guardadas para siempre en esas paredes gruesas, antiguas, donde el eco mudo escondía otras tantas del pasado”.

      Antigua calle de la Acequia Real o de Agua, la calle Corregidora en el centro de la Ciudad de México, llenó un espacio de mi infantil mirada y de mi vehemente inocencia.
     Sitio de históricos sucesos, la añeja lacustre avenida permitió, en la antigua Tenochtitlán, la navegación de canoas para trasportar las mercancías que serían el festín de sus pobladores. Las legumbres, frutas, flores, tomaban el cauce de la calle de las Canoas para conducirlas al mercado nombrado de los Voladores. Por ahí llegaron  del sur de la ciudad, procedente de las chinampas, los comerciantes que esperaban con ansia la recompensa a su trabajo. Y también debieron haber recorrido el lacustre camino los Pochtecas, ilustres señores del Anahuac que traían las nuevas al emperador.
       Mucho tiempo durante el virreinato, su cauce era atravesado por varios puentes que comunicaban a los pobladores y permitían el tránsito, a su vez, de alimentos y mercancías variadas. Hasta que el conde de Revillagigedo modificó sustancialmente la avenida colocando losas de piedra para cubrirla. Así, su aspecto fue cambiando hasta conocerla como lo que es ahora, una avenida rodeada de edificios históricos que guardan en sus paredes anécdotas ignotas.  

“Muchas veces caminé por esa calle, tal vez sin preocuparme de su nombre ni por los avatares que mis padres deberían de sortear para llegar a ella. El suceso final era lo importante: mi abuelo. Lo rodeaba un halo de bohemia, de plática eterna y una música que sólo él podía crear en su guitarra. Su eterno gato de melódico nombre, el “Querreque”, gato y misterioso y escurridizo –creo como todos los gatos pero que me alegraba verlo- era el ornamento indispensable de aquella morada donde se respiraba siempre un ambiente de fiesta, de versos y canciones.  
“Sabía, que al llegar con don Panchito, como lo llamaba mi madre,  un aroma de platillos exquisitos nos anunciaba espléndidos sabores creados por su experiencia vasta en los menesteres de las soledades”.

                Durante los años treinta del siglo XX  la Acequia Real, perdió para siempre su estructura ancestral para conocerse como la calle de La Corregidora. Merecido homenaje a Josefa Ortiz de Dominquez, mujer de pasión por los ideales libertarios y de talante indomable, única mujer conspiradora para la causa independentista.
                Calle de alegre vida comercial, de  variopinto paisaje, en su trayecto incluye monumentos importantes  que corre de oriente a poniente. Parte del Palacio Nacional y la Suprema Corte de Justicia, entre otros edificios virreinales, son parte del gran acervo histórico. Sin olvidar los edificios viejos, derruidos por el tiempo y que alguna vez formaron parte de ese kilómetro de avenida legendaria.  Algunos han quedado de pie, para que las añoranzas revivan historias como la de Corregidora 47.

“El recuerdo añejo de ese  pasado me acerca a aquel abuelo espléndido, bohemio y soñador. Lo veía extraviarse en las notas viajeras de unas cuerdas, en la madera que guardaba el eco suave, melancólico para arrojarlo al viento y endulzar los oídos. Ese era mi abuelo, solitario trovador, de quijotescas aventuras y de horizontes desconocidos. Ahí, en su refugio de Corregidora 47, atisbó el futuro de una acendrada pasión por la soledad; ahí, me llenó esa parte de mi infancia donde acudí a recibir lo que ahora son mis entrañables recuerdos. Sí, ir con el abuelito Pancho, era olvidarse del mundo, ver un partido de beisbol, percibir los aromas esquivos de su cocina, y soñar que ahí era un refugio imperecedero.”

          La calle pluvial, La Acequia, alberga los fantasmas del México precolombino, sus mercaderes, sus naves de frutos y flores que proveían a la vieja Tenochtitlán, a la urbe de piedra y agua cubierta después por la barroca conquista.  Dentro de esa Nueva España, reflejo de la otra, lejana y europea, fueron las canteras y el tezontle de los nuevos edificios los que continuaron  la historia y poblaron de nuevos espectros  a veces con historias trágicas.
         El  Papa Gregorio XIII, autoriza la construcción del Convento de Jesús María en 1578.  Tuvo a bien permitir el proyecto para la España que se expandía por el mundo. Dicho convento fue el refugio de pobres y alojamiento para las hijas de los conquistadores sin recursos.  Dentro de sus muros legendarios vivió y murió enclaustrada Micaela de los Ángeles, que por ser hija natural del Rey  Felipe II,  tuvo que ser enviada de su tierra natal a los dominios americanos de su padre. Recluida, murió loca a la breve edad de los  diecisiete años.
Algunas historias trágicas, otras célebres, muchas todavía no conocidas recorren la avenida que han quedado sepultadas en el barro y en el tiempo. La Acequia Real continúa con los  espejos de la eternidad evocando su lacustre vía, sus edificios y monumentos históricos. Los vestigios de los antiguos pobladores y que dieron vida y colorido a ese valle perdido pero no olvidado, han quedado  en esa materia extraña, inasible e imperecedera llamada tiempo que la memoria colectiva no olvida.    
Ahí siguen en la imaginación los personajes que le dieron vida,  como la de don Francisco Quiñones León, insustituible caballero que por los años sesentas, recorría las calles del centro de la ciudad, que palmo a palmo conocía los rincones secretos, y su silueta con su frente amplia, bigote escaso,  sus lentes redondos, se sumaba a las sombras de  Corregidora 47.


“Mi memoria esconde aún momentos esquivos pero no menos importantes. Aquella calle me cautiva, aquella entrada me ilusiona como la primera vez que visité a mi abuelo solitario, escuché su guitarra enamorada y acaricie el lomo de su gato esquivo. Fue ahí donde recité un verso y el abuelito Pancho sonrió por mi atrevimiento y mi inocente rima; fue ahí donde  el brillo de su mirada atravesó los cristales de su anteojos eternos y la  depositó para siempre en ese rincón oculto, a veces oscuro que resucita en mis recuerdos”.


jueves, 16 de junio de 2016

Soneto IV

Fue la furia, la tempestad esquiva
que devoró impasible mi cordura
que derrumbó la imagen y el decoro 
dejando sólo una feraz locura

Desdeñosa tormenta derrumbaste
la inocente  imagen y con desdoro
sacudiste el cariño imperturbable
de aquella que bañé con besos de oro 

Infatigable el tiempo en la clepsidra
me acercó a las tinieblas del infierno
con amargura el alma llena de ira
me ahogué decepcionado en un estero

Donde hundí para siempre tu perjura
en silente, olvidada sepultura


viernes, 10 de junio de 2016

Soneto III

Vanas las palabras y los textos
Que acudieron en una voz callada 
Buscando el alivio en un encuentro
En la mágica noche iluminada 

Las voces en un cruel y viento amargo
Murieron al intento de expresarte
Qué eras tú aquella musa del ensalmo
Que aliviara soledad agonizante

Mas la sombra de una Hécate adivina
Murmuró mis intenciones a los Dioses
Me encadenó dejándome sin vida
Y en un sepulcro calló mi voz de hombre

Que en silencio esperará con alegría
resucitar y gritar al fin  tu nombre 





martes, 7 de junio de 2016

Soneto II

Vi tus ojos desiertos de mis manos
Tu mirada perdida en la nocturna 
Prosa cuando te deseé enamorado
En aquella noche de esa triste luna

Fueron ellos, sí, el espejo inerte
Donde en vano intento empañó mi aliento 
Tus ocelos tristes donde quise verme
Que tan sólo fue un insensato intento

De la absurda y tonta de mi cruel locura
Pensarte libre de desiertos brazos 
Y creerte libre de una sed nocturna

Mas mi sueño acarició tus pasos 
Y en la noche de una extraña luna 
Reposé en tus ojos mi cansadas manos


lunes, 6 de junio de 2016

Soneto I

Desdicha en la distancia que imagina
 beso incierto que viaja en el deseo
tan ansioso traspasa a los espejos
para llegar a tus labios algún día

Que en marchitos reflejos te buscara
con mis perdidos y frustrados besos
intransitables a tu rostro bello 
que infatigable y  hasta ti llegara

Pero mi soledad, rincón clandestino
de mis ocultas y de extrañas penas
mi sueño insano busca tu destino 

Para encontrarte en tu hermosura plena
y en algún insospechado camino
celebre el beso y esa larga espera













jueves, 26 de mayo de 2016

Cariátides

Cariátides

Cada día te inventas, creyendo lo que eres, lo que anhelas. Bajo ese manto caminas con esa corteza dura y gruesa, que te protege y aleja de la realidad. Hasta que la hostil verdad agrieta la costra, y sangra; dejando ver los detritus, el río turbio de tu esencia.   Donde la cólera siniestra grita y mitiga, para de nuevo ser, inventarse, moldearse, recrearse, vestirse, cubrirse: nace tu nueva piel.
 En la subterránea arena de tu desierto crecen ilusiones, las rías  mojan los surcos de tus abominables deseos que crees buenos, pero  con tu traidora lealtad a tus bajos instintos.

 Las cariátides sostienen tus sueños, sonríen y cada una seduce bajo un soporífero engaño: la mentira es verdad, la ausencia presencia, la indolencia tortura, la tristeza sonrisa, lo obscuro luz, lo deshonesto virtud, lo aparente real; los muertos viven, los locos entienden.

En la insania de tu despertar, la Anábasis recorre los caminos de la noche, las batallas, los deseos, la maldad, la saña, la reconciliación imposible, la traición, la muerte, la resurrección, el perdón. Liberado, caminas bajo tu propia sombra protectora, que aún en la obscuridad persiste y te abraza.

No temes, estás en tu Dunsinane, el bosque todavía no se mueve, las espadas, aún lejos, sólo brillan. Las ves y con fatuas estrofas alejas las enemigas conciencias.


Te duplicas en espejos, en aviesas figuras te observas, y es el epígrafe anunciando tu nuevo rostro, al nuevo ser del día, y satisfecho, te inventas, sueñas: eres feliz. 


jueves, 5 de mayo de 2016

El fusilamiento de Maximiliano

El fusilamiento de Maximiliano
      Édouard Manet comenzó a esbozar un cuadro histórico donde  plasmaría  para siempre, la mañana del 19 de junio de 1867, donde  Maximiliano de Habsburgo, junto con sus dos fieles generales, Miramón y Mejía, eran fusilados  en el Cerro de las Campanas, en Querétaro. Después del asedio de las tropas de Juárez, caía el segundo Imperio Mexicano. Manet concluyó su obra a principios de 1869 y no pudo presentarla en París, tardaría unos años en poder exhibirla, pero fuera de  Francia.
     Parte de nuestra historia, aquellos momentos los hemos conservado como una novela entre romántica y trágica, dada la singular pareja que, llena de contrastes, vinieron a México con la vana ilusión de que serían amados. Y de alguna manera lo lograron, a costa claro, de la locura y la muerte.
     Atesoro en mis recuerdos, una mañana soleada en que me llevaron al Castillo de  Chapultepec. La emoción de la partida, el ver que mi padre dejaba los sonidos y las notas en su escritorio; el ir con mis hermanos, tomar aquel camión amarillo y olvidarme del mundo, eran el comienzo de una pequeña aventura.  El ver el Acueducto de Chapultepec era la emoción anunciada: faltaba poco. Además,  fue uno de esos días donde el sol, las nubes y el clima nos dan una pequeña muestra de su bondad.
      Aunque no alcanzaba a comprender por completo el porque esos señores extranjeros habían sido emperadores y, además, de un Segundo Imperio, (¿cuál era el primero?), me causaba un gran conflicto el saber cómo después de vivir en el Castillo habían acabado de manera tan trágica. La suntuosidad de las habitaciones, los comedores enormes, los cuadros inmensos, me llevaron a pensar que habían sido muy felices y la habían pasado como verdaderos reyes. Aunque la Historia me pondría en claro muchas cosas mucho después, mientras tanto la fascinación ejercía un poder especial sobre mí.
     Yo no dibujé un cuadro como el de Manet, ni la inspiración me dio ni siquiera para una caricatura. Sólo me quedó la idea de que  aquellos personajes eran algo importante para nuestra Historia.
     Las noticias del imperio no llegaban  de inmediato a Europa, pero sí en unos días o semanas. Gracias al telégrafo, los acontecimientos atravesaban el oceano para dar las buenas o malas. La ironía del destino es siempre  implacable: el primer cable telegráfico que atravesó el Atlántico desde México lo había enviado Maximiliano el 15 de agosto de 1866  para felicitar por su cumpleaños a  Napoleón III, emperador de Francia, quien recibiría también por ese medio la noticia del trágico acontecimiento un  primero de julio de  1867.
     La noticia pareció no importarle mucho a  Napoleón III, ya que el mismo le había retirado las fuerzas que apoyaban a Maximiliano: era de esperarse un final nada halagador para el emperador de México.
      Carlota, que para esos días ya había tenido sendas entrevistas con el emperador francés y el Papa, no cesaba, dentro de su locura incipiente, en solicitar el apoyo para su marido que sin duda se hallaba en aprietos.
      Después de un largo viaje,  en la fragata Novara, arribaron al puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864, dando por hecho un gran recibimiento, gritos y ramos de flores del pueblo de México  -era lo que se merecían los emperadores, pero como premonición de los acontecimientos futuros, no fue así-. Desapercibidos y ninguneados tuvieron que esperar los vítores y el festejo hasta llegar a la Ciudad de México.  
      Dos años antes la gloria había colmado de júbilo a la Patria y a Juárez con la victoria del general Ignacio Zaragoza sobre los franceses en Puebla. Triunfo efímero e insuficiente  para detener al ejército de Napoleòn III e impidiera  la llegada del archiduque. Juárez tomó el destino en sus manos llevando la soberanía en cuatro ruedas y con las leyes bajo el brazo hasta el final de la guerra. Misma que fue facilitada por el retiro de las fuerzas francesas, para  poder ser ocupadas, y,  enfrentar la guerra contra Prusia.  
     Así, Maximiliano se fue quedando solo, sin dinero,  sin esposa y sin ejército. Sólo el orgullo  lo impulsó a seguir una guerra que ya estaba perdida. Fieles generales fueron los conservadores  Miramón y Mejía que lo seguirían hasta el Cerro de las Campanas  compartiendo un honor que muy pocos desearían: su fusilamiento.
     La tarde del 1º de Julio de 1867, en París, los periódicos anunciaban la muerte del archiduque a manos de los liberales. Una barbarie para los europeos y el triunfo para un país que intentaba tener una identidad. Aquella mañana en Querétaro, Juárez no dudó en ningún momento finiquitar la guerra contra Maximiliano y los Conservadores.
     Sin duda, el final catastrófico de Maximiliano fue un suceso que tuvo un significado importante en Francia. Y para Édouard Manet no fue la excepción.  El  artista se alimenta de las experiencias, sucesos, y de la Historia misma.  Y Manet vio en esta ejecución una buena oportunidad de desglosar su arte. Los mexicanos  ejecutados, el general Miramón y el general Mejía flanquearon a Maximiliano en el cuadro de Manet, aunque se sabe que Maximiliano, en un detalle de caballerosidad, cedió el honroso lugar a Miramón.
     No obstante el cuadro fue terminado en 1869 no fue sino hasta 1879 que se exhibe en Nueva York y en 1880 en Boston. Una obra exiliada por la exigencia de los agitados momentos políticos,  tuvo que soportar la censura, que siempre encuentra un lugar disponible en los resquicios del Poder.
    Aquella visita  al Castillo me llenó de fantasías, de incógnitas. Por un instante, entre la suntuosidad y los pasillos infinitos, pude imaginar a los emperadores recorrer, en inmensas horas el bosque, las habitaciones, sus amplios comedores y todo un mundo de opulencia donde su sueño de  gobernar un país lejano a los Imperios europeos,  los condujo a la locura, y a la muerte.

domingo, 17 de abril de 2016

Gabriel García Márquez

Es muy triste conocer lo que está a punto de suceder; la inminente muerte que está cerca hiere, se aproxima y sabes ya que el infalible destino, llegará por fin. Quisieras que los segundos se volvieran siglos, las horas años y las noches días para detener el tiempo. Sólo esperas el momento, el susurro mortal acariciando tus sentidos, en silencio siniestro te envuelve diciendo: es la hora. 
Gabriel García Márquez, el destino te alcanzó, y tú, la inmortalidad.  No pude, ante lo inevitable, en la soledad, más que seguir tu mágica pluma, tu genio y  fantasía.  
Descanse en paz.

jueves, 17 de marzo de 2016

Festejo

Ese momento justo que precede a nuestra máxima emoción, es la felicidad detenida en el tiempo, en la frontera del sentimiento, que espera el segundo exiguo,  eterno.

Es ese suspiro que detiene el pecho y que parece brotar en una lágrima sonriente, en un recuerdo inesperado inaccesible en los triviales días.

Es la imagen inasible en unos ojos cerrados que, al abrirlos, sólo apreciamos nuestras manos hacia el cielo implorando la presencia de lo ausente, de la existencia que añoras indefenso.

Pero el esbozo de tu sonrisa calma tu exaltado espíritu  recibiendo la dicha del tiempo, la nostalgia que te abraza y reconforta.

Es el júbilo en el precipicio, vértigo amigo que invita al festejo, al vacío irreverente, al oscuro túnel del instante que en previa solemne estrofa te anuncia lo esperado.

El efímero festejo, la sonrisa franca y la cacofonía de carcajadas impetuosas, de miradas encontradas que dicen todo sin palabras, son la alegría que detenida en el tiempo ha ocupado su lugar en el mundo, ha nacido para morir en un eco de violentas muecas, abrazos y buenos deseos. Es la sublime llama que alienta el corazón y desenreda las sonrisas que, al nacer, como un niño, emiten sus primeros gritos.


El tiempo se va, las risas se apagan y llegan en pasos lentos al final de su vida para de nuevo esperar la emoción detenida en el tiempo, en ese segundo exiguo que parece eterno. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

Matute, un gato inolvidable

Envíos 

Matute, un gato inolvidable.

     Tendría yo seis años y recuerdo que mi primer responsabilidad, aquella que  me daba la oportunidad de explorar, conocer, tener sucesos inesperados, y por lo general, divertidos,  era jugar; la segunda, ir a la escuela. Eran días en los que los pasillos del edificio ubicado en Reforma 74 eran como un laberinto de aventuras.  Escaleras que me llevaban al patio de mis partidos de fútbol y  un pasillo que daba la vuelta por dentro del edificio era el preámbulo a las visitas de mis compañeros de juego.
   Todavía se escuchaban los tristes ecos de la tragedia de Tlatelolco y los vítores por las medallas del Tibio Muñoz; el éxito musical   "La Nave del olvido"  que  surgía de un radio de bulbos, servía de fondo a mi imaginación que me llevaba a un viaje para lo cual no compraba boleto de regreso, hasta que escuchaba la voz de mi madre que me traía de vuelta.
En ese edificio con sabor a alegría y donde la infancia fluía en un arroyo de emociones, tuve un encuentro con el que sería un buen amigo y,  aunque sólo estuvo unos cuantos días en mi casa,  siempre creí que habían sido años,  pero la eternidad se ha encargado de que esté siempre a mi lado.
En ese corredor que conducía a las escaleras para el patio, también daba acceso para subir a la azotea. Eran unas escaleras metálicas que estaban prohibidas, al menos que alguno de mis hermanos mayores nos subieran a los dos más pequeños que éramos mi hermana Norma Cecilia y yo.
Fue un sábado, libres de obligaciones escolares cuando comenzamos la odisea del día. Al llegar al encuentro de las dos escaleras y al bajar dos escalones para dirigirnos al patio central, un maullido y unas garras que producían un sonido desesperado por aferrarse al metal, llamaron mi atención.
Un pequeño felino que supuse era un cachorro, colgaba de la escalera y un par de niños intentaban separarlo para que cayera al vacío. De inmediato recurrí al único argumento del que podría echar mano: la amenaza.


¡La historia completa la podrás leer en en el libro Vida de Perros!
Envíos al mail luismartin001@gmail.com

martes, 2 de febrero de 2016

"¡Tamales, oaxaqueños, calientitos...!"


Reza así la voz que, según el día y el momento, nos abre el apetito, nos da la posibilidad de saciarlo; o nos despierta en un sábado que creemos sería el preludio de un prolongado día de descanso. 
Costumbre añeja, que ha conquistado los oídos de hambrientos, la grabación tamalera a traspasado fronteras y la escuchamos en cualquier parte del país.

Casi podría afirmar, con un pequeñísimo margen de error, que no hay mexicano que no haya comido un tamal en su vida. Vilipendiado por nutriólogos, pero alabado por el pueblo,  el tamal es y seguirá siendo una buena oferta  para saciar,  desde el hambre matutina, hasta el paladar más exigente. 

En lo personal, la tradición la llevo en la sangre: no hay mejor tamal, que el chiapaneco, eso sí, con la fórmula (que no voy a dar), de mi madre. 

Recuerdos antiguos, me llevan a la cocina, cocer hojas de plàtano al fuego, embarrar una que otra con la masa ya en su punto exacto para el acomode, colocar el guiso de sazón único de doña Cecilia Gómez,  pero sobre todo, esperar la cocción para darle el visto bueno. 

La patente del Tamal la podríamos atribuir a cualquier región de Latinoamérica -donde recibe diferentes nombres-,  pero lo que sí es un hecho, es que en México es donde más variedades se producen. Y el apelativo es auténticamente mexicano, prehispánico, diría mejor:  del náhuatl "tamalli" que hace referencia a "envuelto". 

Alimento del México indígena, se enriqueció con la llegada de los europeos en la conquista. Se agregaron especias y productos cárnicos que no habían en el continente como el cerdo y la cebolla. 

El sincretismo religioso y cultural, nos permite continuar con un festejo que no queremos terminar, porque definitivo: como mexicanos queremos que la fiesta no se acabe. Aunque la rosca de reyes parece el final de un maratón de alegrías y reencuentros, no hay quien no esté al pendiente de ver a quién "le sale El Niño", y así, esperar el dos de febrero para continuar con el agasajo social y gastronómico. 

Aunque mi favorito seguirá siendo el tamal chiapaneco, no dejo de apreciar al que se ponga en frente, desde el de cochinita con hoja de maíz -a dos cuadras de mi casa-, sin dejar pasar la oportunidad de una "guajolota", pero por favor, sin atole por aquello de la "dieta". 

Así nos reencontramos a diario con nuestro ancestral alimento y nuestro pasado prehispánico. Seguramente los tlatoanis Axcayácatl, Tizoc o Moctezuma alguna vez pidieron sus tamales calientitos del mercado de Tlatelolco. Aunque por aquello del riesgo, tal vez de vez en cuando se los preparaban alguno de sus tlacualchiuhquis, que cocinaban para ellos,  los más excelsos platillos. 

Manjar de reyes y del pueblo, ocasión para el festejo, el alimento indispensable en la comida mexicana,  me trae recuerdos y anécdotas que aderezan mi memoria. Pero diría yo: 

¿Hay algo más importante que la comida? Quizás el amor, pero como dijo alguna vez  Gabriel García Márquez, éste, no alimenta.