Cariátides
Cada día te inventas, creyendo lo
que eres, lo que anhelas. Bajo ese manto caminas con esa corteza dura y gruesa,
que te protege y aleja de la realidad. Hasta que la hostil verdad agrieta la
costra, y sangra; dejando ver los detritus, el río turbio de tu esencia. Donde
la cólera siniestra grita y mitiga, para de nuevo ser, inventarse, moldearse,
recrearse, vestirse, cubrirse: nace tu nueva piel.
En la subterránea arena de
tu desierto crecen ilusiones, las rías mojan los surcos de tus abominables
deseos que crees buenos, pero con tu traidora lealtad a tus bajos instintos.
Las cariátides sostienen tus sueños, sonríen y
cada una seduce bajo un soporífero engaño: la mentira es verdad, la ausencia
presencia, la indolencia tortura, la tristeza sonrisa, lo obscuro luz, lo
deshonesto virtud, lo aparente real; los muertos viven, los locos entienden.
En la insania de tu despertar, la
Anábasis recorre los caminos de la noche, las batallas, los deseos, la maldad,
la saña, la reconciliación imposible, la traición, la muerte, la resurrección,
el perdón. Liberado, caminas bajo tu propia sombra protectora, que aún en la
obscuridad persiste y te abraza.
No temes, estás en tu Dunsinane, el
bosque todavía no se mueve, las espadas, aún lejos, sólo brillan. Las ves y con
fatuas estrofas alejas las enemigas conciencias.
Te duplicas en espejos, en aviesas
figuras te observas, y es el epígrafe anunciando tu nuevo rostro, al nuevo ser
del día, y satisfecho, te inventas, sueñas: eres feliz.

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