jueves, 17 de marzo de 2016

Festejo

Ese momento justo que precede a nuestra máxima emoción, es la felicidad detenida en el tiempo, en la frontera del sentimiento, que espera el segundo exiguo,  eterno.

Es ese suspiro que detiene el pecho y que parece brotar en una lágrima sonriente, en un recuerdo inesperado inaccesible en los triviales días.

Es la imagen inasible en unos ojos cerrados que, al abrirlos, sólo apreciamos nuestras manos hacia el cielo implorando la presencia de lo ausente, de la existencia que añoras indefenso.

Pero el esbozo de tu sonrisa calma tu exaltado espíritu  recibiendo la dicha del tiempo, la nostalgia que te abraza y reconforta.

Es el júbilo en el precipicio, vértigo amigo que invita al festejo, al vacío irreverente, al oscuro túnel del instante que en previa solemne estrofa te anuncia lo esperado.

El efímero festejo, la sonrisa franca y la cacofonía de carcajadas impetuosas, de miradas encontradas que dicen todo sin palabras, son la alegría que detenida en el tiempo ha ocupado su lugar en el mundo, ha nacido para morir en un eco de violentas muecas, abrazos y buenos deseos. Es la sublime llama que alienta el corazón y desenreda las sonrisas que, al nacer, como un niño, emiten sus primeros gritos.


El tiempo se va, las risas se apagan y llegan en pasos lentos al final de su vida para de nuevo esperar la emoción detenida en el tiempo, en ese segundo exiguo que parece eterno. 

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