lunes, 20 de junio de 2016

Corregidora 47



“Un inmenso destello de recuerdos ha turbado mi soledad: la mano cálida de mi padre, su sonrisa franca; una tarde, a veces húmeda, otras veces  oscura anunciando la noche; una ilusión que pronto se convertiría en un abrazo y bromas de mi abuelo.
“Era el universo infantil que esperaba ansioso el encuentro, bajo la  pequeña entrada en esa calle misteriosa del centro de la ciudad. Traspasar el umbral y recorrer esas escaleras sin sombras, donde la oscuridad se adueñó  de ellas para siempre. Ahí, a unos cuantos pasos ya estaba la puerta que, una vez traspasada, el mundo era otro: mágico, lleno de aventuras con esos espacios que se colmaban de sonrisas, afecto y voces de diálogos que seguro estoy quedaron guardadas para siempre en esas paredes gruesas, antiguas, donde el eco mudo escondía otras tantas del pasado”.

      Antigua calle de la Acequia Real o de Agua, la calle Corregidora en el centro de la Ciudad de México, llenó un espacio de mi infantil mirada y de mi vehemente inocencia.
     Sitio de históricos sucesos, la añeja lacustre avenida permitió, en la antigua Tenochtitlán, la navegación de canoas para trasportar las mercancías que serían el festín de sus pobladores. Las legumbres, frutas, flores, tomaban el cauce de la calle de las Canoas para conducirlas al mercado nombrado de los Voladores. Por ahí llegaron  del sur de la ciudad, procedente de las chinampas, los comerciantes que esperaban con ansia la recompensa a su trabajo. Y también debieron haber recorrido el lacustre camino los Pochtecas, ilustres señores del Anahuac que traían las nuevas al emperador.
       Mucho tiempo durante el virreinato, su cauce era atravesado por varios puentes que comunicaban a los pobladores y permitían el tránsito, a su vez, de alimentos y mercancías variadas. Hasta que el conde de Revillagigedo modificó sustancialmente la avenida colocando losas de piedra para cubrirla. Así, su aspecto fue cambiando hasta conocerla como lo que es ahora, una avenida rodeada de edificios históricos que guardan en sus paredes anécdotas ignotas.  

“Muchas veces caminé por esa calle, tal vez sin preocuparme de su nombre ni por los avatares que mis padres deberían de sortear para llegar a ella. El suceso final era lo importante: mi abuelo. Lo rodeaba un halo de bohemia, de plática eterna y una música que sólo él podía crear en su guitarra. Su eterno gato de melódico nombre, el “Querreque”, gato y misterioso y escurridizo –creo como todos los gatos pero que me alegraba verlo- era el ornamento indispensable de aquella morada donde se respiraba siempre un ambiente de fiesta, de versos y canciones.  
“Sabía, que al llegar con don Panchito, como lo llamaba mi madre,  un aroma de platillos exquisitos nos anunciaba espléndidos sabores creados por su experiencia vasta en los menesteres de las soledades”.

                Durante los años treinta del siglo XX  la Acequia Real, perdió para siempre su estructura ancestral para conocerse como la calle de La Corregidora. Merecido homenaje a Josefa Ortiz de Dominquez, mujer de pasión por los ideales libertarios y de talante indomable, única mujer conspiradora para la causa independentista.
                Calle de alegre vida comercial, de  variopinto paisaje, en su trayecto incluye monumentos importantes  que corre de oriente a poniente. Parte del Palacio Nacional y la Suprema Corte de Justicia, entre otros edificios virreinales, son parte del gran acervo histórico. Sin olvidar los edificios viejos, derruidos por el tiempo y que alguna vez formaron parte de ese kilómetro de avenida legendaria.  Algunos han quedado de pie, para que las añoranzas revivan historias como la de Corregidora 47.

“El recuerdo añejo de ese  pasado me acerca a aquel abuelo espléndido, bohemio y soñador. Lo veía extraviarse en las notas viajeras de unas cuerdas, en la madera que guardaba el eco suave, melancólico para arrojarlo al viento y endulzar los oídos. Ese era mi abuelo, solitario trovador, de quijotescas aventuras y de horizontes desconocidos. Ahí, en su refugio de Corregidora 47, atisbó el futuro de una acendrada pasión por la soledad; ahí, me llenó esa parte de mi infancia donde acudí a recibir lo que ahora son mis entrañables recuerdos. Sí, ir con el abuelito Pancho, era olvidarse del mundo, ver un partido de beisbol, percibir los aromas esquivos de su cocina, y soñar que ahí era un refugio imperecedero.”

          La calle pluvial, La Acequia, alberga los fantasmas del México precolombino, sus mercaderes, sus naves de frutos y flores que proveían a la vieja Tenochtitlán, a la urbe de piedra y agua cubierta después por la barroca conquista.  Dentro de esa Nueva España, reflejo de la otra, lejana y europea, fueron las canteras y el tezontle de los nuevos edificios los que continuaron  la historia y poblaron de nuevos espectros  a veces con historias trágicas.
         El  Papa Gregorio XIII, autoriza la construcción del Convento de Jesús María en 1578.  Tuvo a bien permitir el proyecto para la España que se expandía por el mundo. Dicho convento fue el refugio de pobres y alojamiento para las hijas de los conquistadores sin recursos.  Dentro de sus muros legendarios vivió y murió enclaustrada Micaela de los Ángeles, que por ser hija natural del Rey  Felipe II,  tuvo que ser enviada de su tierra natal a los dominios americanos de su padre. Recluida, murió loca a la breve edad de los  diecisiete años.
Algunas historias trágicas, otras célebres, muchas todavía no conocidas recorren la avenida que han quedado sepultadas en el barro y en el tiempo. La Acequia Real continúa con los  espejos de la eternidad evocando su lacustre vía, sus edificios y monumentos históricos. Los vestigios de los antiguos pobladores y que dieron vida y colorido a ese valle perdido pero no olvidado, han quedado  en esa materia extraña, inasible e imperecedera llamada tiempo que la memoria colectiva no olvida.    
Ahí siguen en la imaginación los personajes que le dieron vida,  como la de don Francisco Quiñones León, insustituible caballero que por los años sesentas, recorría las calles del centro de la ciudad, que palmo a palmo conocía los rincones secretos, y su silueta con su frente amplia, bigote escaso,  sus lentes redondos, se sumaba a las sombras de  Corregidora 47.


“Mi memoria esconde aún momentos esquivos pero no menos importantes. Aquella calle me cautiva, aquella entrada me ilusiona como la primera vez que visité a mi abuelo solitario, escuché su guitarra enamorada y acaricie el lomo de su gato esquivo. Fue ahí donde recité un verso y el abuelito Pancho sonrió por mi atrevimiento y mi inocente rima; fue ahí donde  el brillo de su mirada atravesó los cristales de su anteojos eternos y la  depositó para siempre en ese rincón oculto, a veces oscuro que resucita en mis recuerdos”.


jueves, 16 de junio de 2016

Soneto IV

Fue la furia, la tempestad esquiva
que devoró impasible mi cordura
que derrumbó la imagen y el decoro 
dejando sólo una feraz locura

Desdeñosa tormenta derrumbaste
la inocente  imagen y con desdoro
sacudiste el cariño imperturbable
de aquella que bañé con besos de oro 

Infatigable el tiempo en la clepsidra
me acercó a las tinieblas del infierno
con amargura el alma llena de ira
me ahogué decepcionado en un estero

Donde hundí para siempre tu perjura
en silente, olvidada sepultura


viernes, 10 de junio de 2016

Soneto III

Vanas las palabras y los textos
Que acudieron en una voz callada 
Buscando el alivio en un encuentro
En la mágica noche iluminada 

Las voces en un cruel y viento amargo
Murieron al intento de expresarte
Qué eras tú aquella musa del ensalmo
Que aliviara soledad agonizante

Mas la sombra de una Hécate adivina
Murmuró mis intenciones a los Dioses
Me encadenó dejándome sin vida
Y en un sepulcro calló mi voz de hombre

Que en silencio esperará con alegría
resucitar y gritar al fin  tu nombre 





martes, 7 de junio de 2016

Soneto II

Vi tus ojos desiertos de mis manos
Tu mirada perdida en la nocturna 
Prosa cuando te deseé enamorado
En aquella noche de esa triste luna

Fueron ellos, sí, el espejo inerte
Donde en vano intento empañó mi aliento 
Tus ocelos tristes donde quise verme
Que tan sólo fue un insensato intento

De la absurda y tonta de mi cruel locura
Pensarte libre de desiertos brazos 
Y creerte libre de una sed nocturna

Mas mi sueño acarició tus pasos 
Y en la noche de una extraña luna 
Reposé en tus ojos mi cansadas manos


lunes, 6 de junio de 2016

Soneto I

Desdicha en la distancia que imagina
 beso incierto que viaja en el deseo
tan ansioso traspasa a los espejos
para llegar a tus labios algún día

Que en marchitos reflejos te buscara
con mis perdidos y frustrados besos
intransitables a tu rostro bello 
que infatigable y  hasta ti llegara

Pero mi soledad, rincón clandestino
de mis ocultas y de extrañas penas
mi sueño insano busca tu destino 

Para encontrarte en tu hermosura plena
y en algún insospechado camino
celebre el beso y esa larga espera