sábado, 5 de diciembre de 2015

Secreto

Soy la cicatriz de aquel romance,  donde quedaron los besos, las caricias, los sonidos de la pasión; la letra muerta del verso, la música sin compás, el laúd sin cuerdas, un río de sombras donde se ahogan los recuerdos. 

Acaso también el tiempo de mañanas tibias, con los cristales húmedos; el viento suave que acariciaba tu ojos y en un soberbio resquicio de tu tristeza, secaba tus lágrimas. 

Aquella taza vacía con el aroma perdido del café, de ese que todas las mañanas, ansiabas, bebías y arrebatabas cuando el simple deseo se convertía en acoso desesperado.

Soy el esqueleto de tus caricias, la piel de sierpe que abandonó su cuerpo y dibujó tu nombre, ese que en sordo grito mi boca ocultó en un suspiro; la silueta perdida de la cama vacía, el sueño extraviado que buscas en al amanecer,  ese inalcanzable deseo que se ha perdido en tu desvelo. 

 Aquel calor encendido por la inhóspita sospecha de un día cuando te sorprendió el invierno que marchitaba tu sonrisa. 

Y así, llevándome el secreto oculto de tus besos, tu soledad entre mis manos, te arrebato un breve sorbo de tu aliento, para que sepas, que siendo todo aquello, no soy más que la pálida  muerte que te espera en su silencio...




miércoles, 1 de julio de 2015

Bajo la misma estrella


Regresábamos de ver una emotiva y lacrimosa película. Debo de admitir que esta vez mis lágrimas perdieron la vergüenza y acompañaron al llanto colectivo; pero comparado  con el torrencial de agua salada que derramaron mis hijas, lo mío, fue nada. Bajo la Misma Estrellala cinta basada en el libro de John Green, había conmovido a más de la mitad del público. 

El camino a casa había estado acompañado de la húmeda lluvia que murmuraba sonidos de autos mojados y pequeños golpecitos tristes sobre el auto. Después de reflexivos comentarios sobre el cáncer, la muerte y el amor, llegar al hogar hizo por un momento que olvidáramos el desconsuelo y el llanto. Subimos al departamento, nuestro fiel perro nos recibió con sus ya conocidas manifestaciones de alegría, y de inmediato, exigió su segunda comida del día...


La historia completa la encontrarás en el libro Vida de Perros!

Envíos al mail luismartin001@gmail.com



martes, 30 de junio de 2015

El tlacuache


Cuando supe por primera vez de la existencia del tlacuache, era un niño y visitaba a mis tíos en el pueblo de Valle de Bravo. Me atrajo su nombre tan singular y  se crearon en mi mente imágenes monstruosas y diabólicas: era un animal escurridizo que mostraba sus dientes para amedrentar a sus enemigos, robarse gallinas y quitarnos el sueño. Por momentos el terror me hacía compañía en esas tan ansiadas visitas con la familia. No dejaba de pensar que caminaba por las tejas esparciendo su orín, acechando con sus poderosos colmillos y llevarse algún pollo indefenso. 
También me enteré del infortunado fin que tenían muchos de ellos: desde su cacería sistemática hasta el consumo de su carne. Los que tenían la osadía de nocturnos paseos sobre los tejados, terminaban con un balazo o un machetazo que los partía en dos. 

¡La historia completa la encontrarás en el libro Vida de Perros!
Envíos al mail luismartin001@gmail.com



martes, 16 de junio de 2015

Los tres miedos

Cuento
  Te busqué en cada rincón donde algún día estuviste, en las fotografías donde tu sonrisa anunciaba la alegría que repartías para todos, para los otros.  Eras tú, sí, la del gesto invencible con la inocencia extraviada que ya nunca encontraste.
    Invadí los rezos donde te invocaban como santa, ahí escuché tu nombre pero no tu alma. Sólo me esforcé en dibujar una sonrisa, insuficiente para demostrar mi asombro. Y es que es bueno llorar a tiempo, rociar un poco de vergüenza al suelo, aunque después pisen esas lágrimas para hacer lodo.  Después me dijiste que no te importaba, que esas lágrimas ahora eran como una lluvia que penetra pero no humedece, no suaviza ni mitiga el  páramo de su conciencia.
     Las promesas escudriñé de algunos que en la traición encontraron su mejor cumplido. Y seguí tu destino invertido cuando la infancia era tu mejor futuro. Esas tardes en que la tierra querida de tus padres estaba ahí, no un erial, no un paraíso: sólo un jardín de nostalgias vivas. ¿Recuerdas? Ahí querías partir donde la felicidad te esperaba. Y así retrocedías y me llenabas la cabeza con todas tus historias.
    Me perdí en esos retratos cuando la ilusión conociste. Cuando pensaste que la felicidad te la podrían compartir, que no era propiedad de los demás. ¿Es que pudiste tener una mejor sonrisa, unos mejores ojos color de primavera? Recorrí los espacios dentro de los retratos para escuchar las voces que fueron el canto de tu tristeza. ¿Por qué te traicionaron? Incierta tu voz me contesta: es que así debía de ser, qué podía hacer.
     “Qué podía hacer”. Escuché tus últimas palabras cuando desperté y ya no estabas. Otra vez te ibas sin decirme cuando vendrías. Tal vez en la noche o a las tres de la mañana como cuando con un mudo cigarro dialogabas para buscar las respuestas a las incógnitas del día. A tus dudas. A tus penas.
     Te encontraba una y otra vez cuidando esas flores, regándolas. Tu mirada se perdía en la celosía donde los fragmentos de luz bañaban tu rostro pálido. Sólo un suspiro era el regreso, el retorno al olvido, a ese rincón donde el abandono fue tu mejor refugio.
     Pasan quince días, llegas y me dices que así está mejor, que el verte diario me puede hacer daño, que no me acostumbre a ti. Que te busque otra vez en los retratos.  Que no me olvide de tus flores, donde a veces te escondes en un pétalo rojo y triste, donde está el eco de tus manos que podaron las ramas secas.
     Me visitas cuando una ansiosa soledad me espera en esos días que el cielo no deja ver la luz del día. Un frío de muertos es el preámbulo justo antes de la tormenta, que espero impasible en la ventana. Caminas horas sin detenerte a ver la lluvia. Unas inquietas gotas resbalan por el cristal que tropiezan una con otra hasta formar un pequeño arroyo. Es un domingo sin esperanza que deseo muera pronto y tener el lunes para revivir la rutina, lo de siempre.
     Te asomas a esperar no sé qué; y me miras sin hablar pero con la ansiedad en tus ojos me dices todo: nadie se acordó de mí para visitarme.
     Y me miras con rabia. Tus ojos de primavera se parecen cada vez más a un invierno seco. Hasta que un relámpago se lleva la luz y me doy cuenta que es de noche. Y tu sombra se desvanece para revivir de inmediato, pero ya no eres tú: creo eres un demonio. No me hablas, y un grito me produce el primer miedo desde que te encontré. Ya no estás cuando la tormenta cesa para dejarnos sólo las gotas  que caen de los árboles.
Y sé que te has ido.
Lejos.
     La mañana fría me intriga. El sol que aparece opaco me seduce a pensar en los días de tus sueños; en esos días que mantuviste la esperanza del reencuentro que nunca llegó. Me confesaste tu desdicha por la ausencia de los que creíste, por ser hijos tuyos, tendrían la bondad en sus venas. Si hubieran podido, los cuervos te hubieran picoteado: sólo te olvidaron.
    Los perros me invaden los oídos con sus voces, sus dientes brillan de gusto por verme. El regreso del trabajo es una pequeña fiesta que me turba hasta que se alejan después del cumplido. Es el sillón azul que me invita al descanso y de nuevo los recuerdos me interrumpen el fastidio del día. Son los recuerdos de tus vivencias, de las nuestras, de las que pasado el tiempo siguen ahí, con un pasado que nos une.
   Emprendo un viaje de la memoria tuya y mía, nuestra, que no se interrumpe y eternizo el sueño. Veo a los dos aviones que parten en dos los edificios, veo caer unos muñequitos desde lo alto; una lleva una pulsera con el nombre de un hombre. Estás conmigo viendo la misma escena cuando escucho unos pasos y despierto.
            Mi mujer y las niñas caminan por el pasillo largo, sus voces son un eco sin sentido, sin forma. Hasta que llegan y me sacuden sus manos para volverme al mundo.  
            Regresas por la noche y los perros ya no te ladran, siempre anticipaban tu llegada. Pero ahora no, te conocen y sólo miran extrañados que atraviesas las paredes. Escuchan tu voz espectral que va tomando forma hasta que se convierten en verdaderas palabras. Pero hoy estás muda, sólo dos palabras me dices: estoy cansada. Son ya diez años desde que vimos a los muñequitos caer con sus caras de muertos. Estás cansada y no quieres hablar. Es sólo tu mirada que me cuestiona, me reprocha y me amenaza con unos ojos de odio, de un monstruo a punto de lanzar llamas: vuelvo a sentir miedo.
            No entiendo tus preguntas, no sé qué responder a tus cansadas dudas. El porqué del abandono, el porqué de tu amor de madre fue un callado sacrificio. El estar tan cerca de la felicidad de otros, te hizo pensar que tú también la tendrías. Fue el tiempo que se encargó de ti, sólo te hizo vieja y dobló tu espalada, tu ánimo y te puso en una cama para que vieras tu obra, tu locura de caminar por tantos años.

-¿Con quién hablabas?
            Tal vez el final esté cerca. Nadie te había escuchado. Tal vez morirás otra vez.
-¿Vas a dormir ya?

Me resigno a que hoy no puedo estar contigo. Sólo veo esos ojos de preguntas, de reproches. Duermo y veo caer los edificios con los muñequitos quemados y sus bocas son las ventanas por donde entro y veo el horror de su desgracia; puedo ver sus últimos pensamientos: a sus hijos, esposas, hombres, casas. Veo la pesadilla de las llamas derritiendo sus carnes, los ojos de miedo de los otros; la salvación en el vacío. Siento su miedo cuando el piso cae sobre otro y este sobre otro hasta que el polvo nubla todo y no puedo ver más.
Un llanto me despierta y ahí estás queriendo consolar el infantil miedo a la noche; pero ya no te pertenece ese llanto, tú ya tuviste los tuyos que consolaste y saciaste de arrullos y canciones.

Pasan los días y sólo observas las infantiles caras que duermen. Rodeas sus camas y extiendes tus brazos para llevarlos contigo. Te digo: no, no es posible, me pertenecen, ya nos son tuyos (me miras y me inquietan tus ojos que hablan por ti). Los abrazo y te pido que te vayas, que otro día vendrás y hablaremos. Te vas pero ya no  hablas, sólo un grito y tu imagen se van como un suspiro.
Ahora regresas y te aprecio más joven.  Veo esa piel blanca en tu rostro, sin manchas ni arrugas;  tu breve boca, de silencio, con el rojo inmediato que le da forma para no borrarla (para decir: aquí estoy, no me ignores); la primavera de tus ojos aún con el brillo obstinado, húmedos de comprometidas emociones; tu cabello dócil, cubriendo con gracia tus hombros que reciben con afecto tus prolongados rizos. Y así retrocedes la distancia en del tiempo, donde tus fuerzas eran suficientes para la vida; para defenderte de tus desgracias, y con insaciable soledad enfrentaste tu destino.
La imagen es breve, vuelves a ser vieja, sin fuerzas, exangüe, cadáver.

Un ingrato y terco recuerdo se desliza llagando el alma para recordarte la brevedad del instante de la felicidad, lo eterno del dolor y la ingratitud humana. Recuerdas y revives tus quejas que eran un concierto de angustias, de dolor que formaban los acordes de una música de traiciones, de macabras soberbias. Recuerdas tu largo trecho, y en intrincados caminos llegaste con la espalda deshecha, doblada por los años al pasillo oscuro, al cadalso del enfermo, al último reposo agitado del adiós.
Ahí estuve en tus postreros sueños. Caminaste para encontrarte con tus temores, con tu alejada tierra y las ausencias muertas. Despertaste por última vez  con un ay de horror, con el lamento de una despedida sin testigos, sin las manos que anhelaste estuvieran cerca y sólo llegaron para estrechar la de otros en mutuo consuelo.
No temas, te dije, no hay nada aquí, sólo otros que deambulan, son los viajeros que también preparan sus maletas al viaje sin regreso. Mis flores, dijiste, riégalas. Mi niña, cuídala. Tráemela, concédeme tal vez mi último deseo.
Ese día se convirtió en oscuridad, el sol se ocultó no sé dónde. Un río de sombras corría hacia ti, ahogando tus últimos respiros. Tu maltratada espalda y tu cansado espíritu necesitaban el reposo perpetuo. Las oraciones y arrepentimientos llegaron tarde, una cita pendiente postergada, que siempre fue mejor para otro día, para luego, para nunca.
La tierra se abrió para anunciar que era el tiempo justo. No hubo palabras. Nada. Llantos, sólo lágrimas ansiosas  por mostrarse…
La reconciliación fue una invitada ausente. Tu ausencia fue el espacio que se llenó con pausados arrepentimientos. Te convertiste en la luz que se avivaba con los rezos, con el aire de los ruegos del “perdóname, me arrepiento y te extraño”. Fueron tus cenizas la sustancia del pasado con la que cada quien esculpió tu epitafio, el que cada uno quiso darte según su conveniencia.
-¿Vienes conmigo? – me dices ahora con tu sonrisa de muerte.
-¿A dónde vas? – mientras hablo tus ojos anuncian con malicia tu respuesta.
- A donde la felicidad se quedó, a la tierra de mi infancia. Donde la noche no esconderá más las sombras que me harán compañía para siempre. A esa tierra buena donde unas nubes dejaban ver el dorado alivio del sol y los colores  dibujaban en mi rostro caricias tiernas de luz. Donde un viento suave acariciaba tímido mis hombros. Es ahí donde los esteros de la felicidad llevaban  corrientes de sueños e ilusiones.
Vuelvo a sentir miedo cuando tu sonrisa se borra, ese dibujo esbozado en tu pequeña boca. Tus labios rojos se vuelven cada vez más fríos y pálidos. Tristes. Tu voz se apaga, sin vida intentan decir adiós pero sólo escucho un lamento. El frío nocturno se lleva con su brisa tus últimas palabras. La noche es oscura pero las nubes que ocultan la luna caminan unos pasos para ver por última vez tu figura, tu mínima boca, tus ojos de primavera.
La ausencia se acerca a mí para estar sólo con tu recuerdo, con esas flores que sembraste y en abundante cosecha florecieron con los años.

El tiempo sembró la nostalgia que ahora siego. Regaré a diario esas flores, donde en vano buscaré tu rostro; imaginaré tu sonrisa y tus pequeños labios que enmudecían. Inventaré las palabras que en tus pensamientos guardabas para ti. Es ahí donde imaginaré tus sueños, tus historias; en esas calladas flores, esas de la ventana que con sus pétalos anuncian la alegría, la vida misma. 

jueves, 21 de mayo de 2015

Una música del cielo


Una música del cielo

 

      Una caminata por la  tarde, cuando la noche ya se asoma y me recuerda la agonía de  cada día, me resulta muy placentera, restaura mi energía perdida y  la imaginación marchita renace en el ocaso. 

     Recuerdo una en especial,  con mi pequeño perro. Por fortuna,  siempre  dispuesto a la breve aventura de viajar unas cuantas cuadras. Cuando llevábamos unos doscientos metros, comencé a escuchar una música que  me pareció tener un sonido nítido, amable, y después pensé que era también, sublime. De momento no identifiqué la pieza. Mientras dábamos unos pasos para avanzar hacia donde el sonido tenía su origen, mi imaginación fue creando personajes e historias.

Qué hermoso sonido, quién sea que sea, debe ser un gran músico. Tal vez un intérprete de concierto. Debió haber estudiado mucho para lograr esa perfección. Mi padre era músico, mi abuelo y mi bisabuelo, presumo que tengo un buen oído para distinguir  cuándo un buen sonido es de calidad y cuando no. El ejecutante debe pasar horas en estudio… ¿Pero de dónde proviene? Tal vez de algún apartamento. Debe ser una reunión, ¡pero que excentricidad, escuchar un clarinete en una reunión! Tal vez gente muy educada…Quizás esa gente en la entrada de ese edificio está celebrando algo especial y han invitado a un buen músico a amenizar alguna reunión de trabajo. Qué extraño.”
La música seguía relajando mis sentidos y la música era cada vez más cercana pero no veía a ninguna persona.

“Definitivo: para tocar así, se necesita ser un virtuoso. Además toca como los  ángeles, con sentimiento como dijera alguna vez mi hija Cristina. Esa pieza…. Cuál es….ah claro, es Solamente una vez, se escucha muy bien en el clarinete…Mi padre tocaba el clarinete…Qué hermoso sonido, es un virtuoso y que admiración siento por una persona así”.

Seguimos con nuestros pasos y me regocijé de que, en aquella tarde, descubriera al ángel de la belleza sonora, un Orfeo instalado en una pequeña calle de la ciudad de México.   Los motores con sus conductores histéricos que emitían sonidos propios del demonio, quedaron en un segundo plano, olvidados.

Embriagado de la belleza de esa música, siguieron mis pensamientos hacia el mundo  del ejecutante que supuse, desde niño, era ya un virtuoso. Notas, símbolos, silencios, tiempos. Cuántos símbolos en una partitura para que una melodía llegue a lo profundo de lo humano.

“Pero parece que el sonido es cada vez más cercano. Parece que la fiesta está en la calle.”

Mis pasos siguieron el sonido. Fui regresando del viaje de un falso sueño, de lo aparente. A mi derecha estaba él: tocando suave pero ágil su instrumento hacia el público, que  no lo veía, tal vez sólo escuchaba. Dirigía haca el sonido cielo, quizás, para que llegara a lo más alto, tal vez  donde  alguien disfrutaba como yo, de esa hermosa música.

Era una persona humilde, no sé si pobre. Pero esperaba más que  un aplauso, unas monedas. Era el reconocimiento a su arte. Aquel músico esperaba más que unos centavos: el sustento diario.

Lo vi y me acerqué para dar, quizás, lo que no era lo merecido a su virtuosidad. Unos cuantos pesos no hubieran sido suficientes  para reconocer la calidad que el alma había puesto en los sonidos.

Vi que se alejó caminando, pausado. La música siguió buscando los oídos, el refugio para sus notas, su destino final. Seguimos cada quien su camino y compartimos, sólo por un momento, la melancolía, el gusto por la música, y los bolsillos vacíos.

 

 

 

 

 

martes, 21 de abril de 2015

No rebases...ni en carretera.

No rebases...ni en carretera 

La reflexión nos puede conducir a encontrar palabras que, bajo un orden adecuado, redactado de forma correcta y, con un poco de inspiración,  logremos expresar nuestra manera de pensar en relación a algún tema o suceso. 
Las palabras son como la familia: la egolatría es prima de la vanidad; la mentira hija de la falsedad; y la soberbia, hermana de la envidia. 
Cuando llega la oportunidad de decir algo, uno trata de encontrar las mejores para lograr una buena comunicación. 

En una ocasión una amiga, -que permanecerá en el anonimato por cuestiones de seguridad-,  me llamó con desesperado llanto para decirme como la trataba su jefa inmediata(y la única); con palabras más o menos altisonantes me hizo ver como le hacía la vida de cuadritos, no cumplía lo que le prometía, y por poco le picaba los ojos. 
En mi afán por ayudar la escuché con tranquilidad y presumí que podía darle un buen consejo. Y me dispuse a escribirle lo que pensaba para enviárselo en posterior correo electrónico. 
Medité sobre cuáles podrían ser las motivaciones para tratar a alguien de esa manera. 
Quise encontrar las palabras adecuadas,  la frase sabia que en bella sintaxis representara mis ideas. 
Ninguna frase me parecía la adecuada así que recurrí a una prosa. 
Pensé que detrás de  la acritud de un jefe habían ciertas dosis de soberbia. Y también  en ocasiones los logros de los subalternos enardecen los ánimos por esa hermana menor de la soberbia: la envidia. 

Por la empatía que sentía por ella, me atreví a dar mi opinión y tratar de definir lo que para mí era un buen líder. Elaboré un texto que quise fuera profundo, salomónico  y expresara mi sentir. 
Y decía:
"Creo que para ser un buen líder no basta con ser el mejor. Ser un buen líder implica tener la calidad humana necesaria para reunir los esfuerzos y que culminen en éxitos. 
Reconocer la importancia de cada uno de su equipo aumenta la autoestima y capacidad laboral. Qué triste que detrás de un profesional exitoso haya un déspota. Sobre todo cuando has sido una persona fiel y honrada; compañera y amiga; justa y prudente. 
Sigue con tu labor diaria porque al final de la jornada, tú no has traicionado a tu consciencia. Cuando la objetividad encuentra un rumbo equivocado, es difícil que tome el camino de regreso. Cuando te das cuenta, el recuento de daños, es ya muy tarde. Ya habrá tiempo de que sus tajos y mandobles pidan a gritos, sanarles las heridas(cito a Shakespeare).  
Aunque tu alma es de hierro, las ofensas te han humillado, pero vale más un corazón noble que un sátrapa disfrazado de cordero". 

De la letanía que le escribí sólo pude recibir: un gracias. Con lo que me di por honrado al esfuerzo que impuse en esa prosa. 

Pasó el tiempo y tuve la oportunidad de disfrutar una comida entre amigos. Y volví a confirmar que, uno de los momentos que más disfruto es cuando en la cercanía con ellos, las conversaciones me llevan a mundo desconocido de expresiones que en ningún momento, de gran inspiración, se me podrían ocurrir. 

En dicha reunión coincidieron mi  amigo Roberto Cerezo y la atribulada amiga. Y surgió  el tema de la ignominiosa jefa que volvió plática de sobremesa. Sabedor de la historia, recordé mis esforzados  consejos. Los presentes en la mesa no escatimaron en sabiduría para opinar. Mi querido  amigo después de escuchar la queja acuñó una frase que resumió, con sapiencia, en unas cuantas palabras. Causó largas carcajadas y la amiga dijo que muy pronto la utilizaría para su muro en el Facebook . 

Escuché atento y medité por un breve tiempo. Suficiente para confirmar que el lenguaje es mágico y, la sabiduría popular, lo es más. Continuaron  los comentarios que recordaron las atrocidades que el Poder permite a ciertas personas;  el cómo los éxitos pueden ser tomados con recelo; y como, ni en broma, podemos ensombrecer a la jerarquía laboral. 

 La reflexión, la hilaridad, y el vino que acompañaba la conversación sirvieron de marco  para que la frase quedara como un buen consejo para la posteridad, y que no, no  nos quedara ninguna duda:  al jefe no se le rebasa....ni en carretera. 

viernes, 17 de abril de 2015

Cenizas

Autor: Luis Martín Quiñones. 

Celebramos los años nuevos, los finales, los ciclos de vida; pretendemos olvidar lo que nos ha dañado, lo que quizá, por simple conveniencia, no es grato o nos resulta bochornoso. 
Y en vana entelequia, sólo deseamos guardar aquello bello, grato, amable, borrando la pena, la ausencia, el dolor. 

Damos el adiós a los ciclos para dejarlo en un pasado que creemos muerto, sepultado, creyendo que es la  ceniza que se lleva el viento; pero que en realidad es el cimiento que tomará el futuro para construir otra vez el pasado que, en vano intento, querremos olvidar.
Y así, ese polvo va formando lo que somos, lo que, aunque luchemos,  no podemos dejar de ser. Adherido a nosotros viaja en el tiempo para impedir que seamos otros, como ruinas en pie testigos de nuestra esencia. 

lunes, 23 de marzo de 2015

Soledad compartida



Autor: Luis Martín Quiñones 


Cuando Aurora solicitó el servicio de vacunación para su perrito Chacho, sabíamos que sería una odisea realizarlo. Chacho es un perrito mestizo que fue adoptado para convertirse en un aliado contra la soledad. Soledad que nunca imaginé, fuera terrible para los quizás 85 o 90 años de Aurora.

Y además, había un requisito: tendría que ser yo el que lo hiciera. 

¡La historia completa la encontrarás en el libro Vida de Perros!

Envíos luismartin001@gmail.com 



chacho (1)



domingo, 15 de marzo de 2015

Necesidad

Autor: Luis Martín Quiñones

Necesito la muerte del pasado, el fantasma del silencio y el aroma del tiempo; del aire su sombra 
y el calor de un verso. 

Necesito el ayer de la infancia, la alegría sin sonrisa, la lágrima sin llanto, la ilusión de la mentira y el engaño de lo cierto. 

Necesito el callado grito, la poesía sin palabras, las palabras sin voz; necesito de un cariño que en lo incierto, me dé su eximio afecto. 

Necesito que se escuche mi silencio, que mi voz callada sea el sonido de mis letras, necesito la ciega mirada y un atisbo de tinieblas. 

Necesito las preguntas sin respuestas, la certeza de la duda y el engaño de lo cierto,  el resabio de tu boca y lo melifluo de tus besos. 

Pero sobre todo necesito ese porqué que me contestas, y ese mudo silencio que es tan sólo tu respuesta.  
Agosto 2014. 

domingo, 1 de marzo de 2015

El último suspiro(relato)




El último suspiro
Autor: Luis Martín Quiñones


Qué extraña sensación. El dolor se ha ido, pero también han partido las caricias, las voces y el olor a comida. ¿En dónde estoy? No lo sé, pero debo decir: ¡Se parece algo a un jardín! Todavía tengo en la memoria los recuerdos inmediatos. Un dolor inmenso, mi espalda maltrecha por los años había llegado a su fin. Triste realidad. Pobre de mi dueño, inútilmente me sobaba y creía aliviar el dolor. Más me consolaban sus caricias y su voz: “ya pequeño, todo va a estar bien te aliviaras pronto…”. Su voz  era  mágica, escuchaba mi nombre y desencadenaba en mí una serie de sensaciones placenteras: ¿me va a dar comida, un huesito de carnaza?  ¡ahhh….seguramente vamos a dar un paseo! Por el tono de su voz lo sabía.   También reconocía cuando estaba triste y melancólico, era muy sentimental. Música, sí, era su distracción favorita. Un tal Chopin era escuchado todas las noches  cuando tenía un problema. ¡Tan lindo estar a su lado, en su cama! y me abrazaba diciendo: “sólo tú me comprendes, eres mi mejor amigo”. Así estuve a su lado cuando lo dejó su novia, cuando murió su padre y cuando no le dieron el trabajo esperado. Sus ilusiones partían.
¿Y saben?  Ahora está en problemas, últimamente estaba muy sólo y mi compañía era lo mejor para él. Todavía me queda algo de mi sentido auditivo, ¡por algo soy un perro! Y alcanzo a escuchar el Nocturno en Mi bemol mayor, su pieza favorita para la tristeza. Ha llorado mucho mi ausencia.
“Su compañero de tantos años, está en una situación complicada -dijo el veterinario-", sonaba algo grave, nunca lo había escuchado decir cosa tan terrible. “Su espalda está dañada por una enfermedad degenerativa común en los animales viejitos, quince años le han caído encima”. ¡Viejito yo! Si todavía tengo ilusiones: pasear diario, mover la cola, ¡comer!, jugar. Porque saben, los perros nunca dejamos de querer jugar, sólo que los humanos lo olvidan. “Además, por los estudios realizados una insuficiencia renal complica el cuadro clínico –concluyó el veterinario-". Estuve un par de días hospitalizado, me sentía muy mal, escuchaba decir cosas como: no pasa la noche, será mejor….  Mis compañeros enfermos me platicaron varias cosas como: “dicen, cuentan, que al partir de este mundo llegamos a un río y esperamos ahí para ayudar al espíritu de una persona a atravesarlo, sin nosotros no lo pueden hacer”. ¡Qué vanidad!  “Guiaremos sus pasos al más allá”, dijo un Bóxer con cara de enojado.

Lee el cuento completo en el libro Vida De Perros

Ausencia

Ausencia
Autor: Luis Martín Quiñones
 
Aunque te quiero, es la ausencia a quién debes lo que expreso.
Tu pequeño cuerpo y el calor de tus manitas acurrucadas en mi pecho, ahora,  son el pasado. La soledad. El vacío.
El recuerdo inmediato pero lejano donde asir quisiera un pequeño fragmento de ti. 
De tus miedos. 
De tus ojos tristes.
De tu mirada oscura cuando el miedo te toma por sorpresa.

Aunque te amo, a la distancia agradece este insomnio que me roba pedazos de vida.  
Y me da tu eterna esperanza, la alegría. La luz del tiempo. 

Y en ese tiempo lejano te espero para ahitar el hambre y tu sed en la sequía de tu desierto. 
De tus deseos. 
De tus labios secos. 
Tu callada ira que espera el eco y  sin respuesta escuchas resignada. 

Si mi sueño es curarte, es al dolor de tu piel al que debo estos deseos. Anhelos. Quimeras. 
Si te extraño, al miedo reclámale esta angustia.
Vuelve pronto, no tardes, vuelve a casa.
Son dos días. 
Ya dos noches. 
Necesito que te encuentres con  la distancia, mis sueños, mis miedos y tu ausencia.