Una música
del cielo
Una caminata por la tarde, cuando la noche ya se asoma y me recuerda la agonía de cada día, me resulta muy placentera, restaura mi energía perdida y la imaginación marchita renace en el ocaso.
Recuerdo una
en especial, con mi pequeño perro. Por
fortuna, siempre dispuesto a la breve aventura de viajar unas cuantas cuadras. Cuando llevábamos unos
doscientos metros, comencé a escuchar una música que me pareció tener un sonido nítido, amable, y
después pensé que era también, sublime. De momento no identifiqué la pieza.
Mientras dábamos unos pasos para avanzar hacia donde el sonido tenía su origen,
mi imaginación fue creando personajes e historias.
“Qué hermoso sonido, quién sea que sea, debe
ser un gran músico. Tal vez un intérprete de concierto. Debió haber estudiado mucho
para lograr esa perfección. Mi padre era músico, mi abuelo y mi bisabuelo,
presumo que tengo un buen oído para distinguir
cuándo un buen sonido es de calidad y cuando no. El ejecutante debe
pasar horas en estudio… ¿Pero de dónde proviene? Tal vez de algún apartamento.
Debe ser una reunión, ¡pero que excentricidad, escuchar un clarinete en una
reunión! Tal vez gente muy educada…Quizás esa gente en la entrada de ese
edificio está celebrando algo especial y han invitado a un buen músico a
amenizar alguna reunión de trabajo. Qué extraño.”
La música
seguía relajando mis sentidos y la música era cada vez más cercana pero no veía
a ninguna persona.
“Definitivo: para tocar así, se necesita ser un virtuoso.
Además toca como los ángeles, con
sentimiento como dijera alguna vez mi hija Cristina. Esa pieza…. Cuál es….ah
claro, es Solamente una vez, se
escucha muy bien en el clarinete…Mi padre tocaba el clarinete…Qué hermoso
sonido, es un virtuoso y que admiración siento por una persona así”.
Seguimos
con nuestros pasos y me regocijé de que, en aquella tarde, descubriera al ángel
de la belleza sonora, un Orfeo instalado en una pequeña calle de la ciudad de
México. Los motores con sus conductores
histéricos que emitían sonidos propios del demonio, quedaron en un segundo
plano, olvidados.
Embriagado
de la belleza de esa música, siguieron mis pensamientos hacia el mundo del ejecutante que supuse, desde niño, era ya
un virtuoso. Notas, símbolos, silencios, tiempos. Cuántos símbolos en una
partitura para que una melodía llegue a lo profundo de lo humano.
“Pero parece que el sonido es cada vez más cercano.
Parece que la fiesta está en la calle.”
Mis pasos
siguieron el sonido. Fui regresando del viaje de un falso sueño, de lo
aparente. A mi derecha estaba él: tocando suave pero ágil su instrumento hacia el
público, que no lo veía, tal vez sólo
escuchaba. Dirigía haca el sonido cielo, quizás, para que llegara a lo más alto, tal
vez donde alguien disfrutaba como yo, de esa hermosa
música.
Era una
persona humilde, no sé si pobre. Pero esperaba más que un aplauso, unas monedas. Era el
reconocimiento a su arte. Aquel músico esperaba más que unos centavos: el
sustento diario.
Lo vi y me
acerqué para dar, quizás, lo que no era lo merecido a su virtuosidad. Unos
cuantos pesos no hubieran sido suficientes
para reconocer la calidad que el alma había puesto en los sonidos.
Vi que se
alejó caminando, pausado. La música siguió buscando los oídos, el refugio para
sus notas, su destino final. Seguimos cada quien su camino y compartimos, sólo por
un momento, la melancolía, el gusto por la música, y los bolsillos vacíos.
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