El árbol triste de la noche aquella
«De los nuestros tanto más morían cuanto más cargados iban de ropa, oro y joyas pues no se salvaron más que los que menos oro llevaban y los que fueron delante o sin miedo; de manera que los mató el oro, y murieron ricos»
Francisco López de Gómara.
Ahí está, el tronco abandonado, quemado. Quizás algo olvidado pero que conserva aún el privilegio de los mitos fundacionales. A quinientos años de aquella noche funesta, testigo o no, el ahuehuete reducido por el fuego, seco por el tiempo, el Árbol de la noche triste se ha petrificado como héroe patrio para plasmarse en el imaginario nacional como símbolo de resistencia y valentía.
No obstante el jolgorio patriótico por aquella gesta de nuestros ancestros mexicas, fue sólo el principio de un plan de conquista que terminaría en el sitio de la ciudad y triunfo de nuestro pasado español.
Después de huir del Palacio de Axayácatl, Hernán Cortés y sus más de mil españoles y un considerable contingente de tlaxcaltecas, se encontraron con las acequias fangosas donde fueron muertos alrededor de cuatrocientos españoles y cuatro mil tlaxcaltecas; muchos perecieron ahogados con sus caballos y oro que habían fundido para el emperador Carlos V.
La ira mexica se había desbordado y la persecución fue implacable. El ataque de Pedro de Alvarado al Templo Mayor desembocó en una reacción inesperada, donde una cadena de sucesos incluyó la muerte de Moctezuma. Cuitláhuac encabezó la resistencia. Corrían los días finales del mes de junio de 1520, y una sombra de mal presagio se asomaba en la aventura de la conquista de Tenochtitlan. Las acequias esperaban a Cortés para engullir en sus aguas el orgullo español. El hybris de la tragedia había sido desmedido: no hay que desafiar los designios. Como héroe trágico, un error de cálculo precipitó la derrota de aquella noche. La llegada a Popotla para pisar tierra firme, había cobrado una factura muy alta. Si bien hubo tristeza por la muerte de hombres valiosos para Cortés, no hay evidencia de que haya derramado lágrimas bajo aquel árbol. Pero sí lamentó la pérdida de Juan Velázquez de León, y de muchos de sus soldados. También recuperó el ánimo al enterarse que doña Marina había sobrevivido. Y como toda tragedia, vino la reflexión: había que tomar un nuevo plan de reconquista.
Por el paso de Popotla y Tlacopan, el ahuehuete daba sombra a los pasos cansados de los conquistadores. Incógnito testigo de la derrota resplandecía con su frondosidad y su tronco monumental. Los pasos de las huestes españolas y tlaxcaltecas quizás lo rodearon y continuaron hacia el destino final, aún lejos.
Los narradores de esos tiempos hacen referencia al mal momento y a la fuerza que retomaron para enfrentar ingentes batallas.
Bernal Díaz del Castillo relata aquellos momentos en que había que dejar la tristeza y tomar un nuevo camino:
“Dejemos ya de contar tantos trabajos, y digamos como estábamos pensando en lo que por delante teníamos: y era, que todos estábamos heridos, y no escaparon sino veinte y tres caballos.”
Y también como se regocijaron por el reencuentro con los sobrevivientes:
“Olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra Doña Marina, y a Doña Luisa hija de Xicotenga, que las escaparon en las puentes unos Tlascaltecas hermanos de la Doña Luisa, que salieron de los primeros, y quedaron muertas todas las más Naborías que nos habían dado en Tlascala, y en México: allí quedaron en los puentes con los demás.”
El mismo Cortés habrá de relatar las fatigas que padeció en aquella noche en sus Cartas de Relación:
“Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga, [...]”
Como sabemos, la sagacidad del conquistador y el respaldo de un imperio donde no se ocultaba el sol, llevaría a la conquista definitiva de Tenochtitlan.
Símbolo de nuestro pasado hispánico - mexica, la noche del 30 de junio de 1520, es un parteaguas en la historia que culminaría en la fusión dos culturas. Aunque ahora es un árbol triste que nos recuerda la noche aquélla, sus raíces se aferran con firmeza en la historia de México.

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