lunes, 18 de mayo de 2020

Aplanando la curva


Nadie sabe lo que es realmente un abrazo hasta que lo ve prohibido. Tal vez resulte una metáfora banal y kitsch. Sin embargo, dados los acontecimientos pandémicos, y el desequilibrio social y económico, la metáfora podría justificarse. Ahora sí, como mexicanos nos dieron en nuestro mero mole (si aceptamos que somos fiesteros, apapachadores y que no le tememos a la muerte). Aislamiento social y sexual es la premisa si queremos sobrevivir a la primer plaga que nos tomó distraídos y soberbios. "A mí la calavera me pela los dientes", siempre y cuando no se me acerque, porque la muerte no tiene sentido, hasta que la vemos rondar muy cerca. El distanciamiento social alejó no solo el dinero de nuestros bolsillos, también a los enamorados que por whats up intentan mantener el amor a través de mensajes y fotografías. "No olvides que te quiero", "te necesito" y "muy pronto nos volveremos a ver".  "De lejitos mi amor, los hoteles de pasadita también pueden contagiar y los cerraron". Chin, eso no lo esperábamos. Ni modo, abstinencia de infidelidad. "Cómo carajo se nos antoja un abrazo, pero más vale manito". Ahora sí nuestro Dios Internet nos ha salvado, ¡qué seríamos sin él! 

Cuando la vemos cerca, la desgracia ya no nos es ajena, y dejamos de reír.  Como que vamos comprendiendo que la desgracia se vive dos veces: cuando sucede, y cuando la enfrentas. 

La nota roja ya no es exclusivas de periódicos de cinco pesos. Sin correr sangre, las imágenes traspasan nuestra conciencia desde los dispositivos electrónicos: piras funerarias en Ecuador; el hombre frente a la Catedral que se desploma; los sepelios sin amigos; y a la víctima humillada boca a bajo con un respirador. Ahora sí tenemos miedo. Y es que la muerte ya no respeta a nadie, alguna vez lo hizo y morimos de viejos; ahora se muere por contagio, y a montones. Hasta los perros dejaron de ser los mejores amigos, cayeron desde las ventanas en China y en quién sabe cuantos lugares más. 

Eso sí, la fe se mantiene firme. "Vamos a salir adelante, somos invencibles, los pobres son inmunes, que se preocupen los ricos que viajan". Los escapularios subieron de precio (qué bueno por los vendedores que luchan por sobrevivir), hay que colgarse uno y salir a las calles, vale madres, el patriarca lo dijo, el tata máximo por algo es viejo y sabio. Y comenzó el éxodo irresponsable hacia la tierra prometida: la calle. Ya cuando la vimos más en serio, regresamos (con el escapulario, por supuesto). El mesías ha llegado, déjemoslo partir para otras tierras a cumplir su apostolado. Amén.

También nos dimos cuenta que estar encerrados causaba violencia, el espacio vital entró en el terreno de propiedad privada. La madre contra la hija, la hija contra el padre, hermanos contra hermanos, todos contra todos. La señora diciéndole  a la esposo "tú si sales, por lo menos ves gente, yo sólo Netflix". La lucha por el poder, el control de TV, y los espacios  se resuelven en una dialéctica hegeliana de dónde ha salido el nuevo ciudadano: el que se quedó  en su casa.   En un revoltijo de pasiones ahí la vamos pasando, en fin, somos mexicanos y aguantamos. 

Lo que ya no aguantamos es pensar en que nos creíamos pobres. Ahora sí, en serio, somos nosotros más pobres,  pero la verdadera miseria la hemos depositado en los hospitales, o peor aún, en las entradas prohibidas  a los enfermos que se fueron a morir a su casa. La desesperación tarda en llegar, pero llega. Los eufemismos estorban, ahora llamamos la realidad tal cual es: cabrona. 

Ya se va aplanar la curva, dicen. Y viene el apotegma: "Cuando digo que la mula es parda, es por que tengo los pelos en la mano".  No-hay-pruebas-disponibles-ni-vamos-a-gastar-en-ellas, ya dijeron, aguanten, que la mula no es parda. 
Entonces cabe un silogismo:  no tenemos nada. Pero ya podemos ir armando el festejo, recordemos que en México sobran pretextos para celebrar: estamos aplanando la curva. 
Al fin y al cabo, el coronavirus no existe, son puros cuentos.



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