martes, 4 de diciembre de 2018

Nagasaki y un hibakusha en México

El 9 de agosto de 1945 la penumbra y la muerte cubría el cielo de Nagasaki. Un B 29, bombardero de la armada estadounidense, dejó caer la Fat Man, la segunda bomba nuclear que cambiaría el horizonte de la Historia.
Aquella mañana morirían 35,000 seres humanos y a los pocos días la cifra aumentaría a 75,000.

Yasuaki Yamashita habitaba una zona montañosa cercana a la ciudad. A sus seis años de edad, jugaba con sus amigos aquel jueves de la tragedia impensable.

A setenta y tres años del terrible acontecimiento que dio  fin a la Segunda Guerra Mundial. El señor Yamashita es un incansable narrador testigo  de la desolación que enlutó a su país y a su su familia.

Vimos un bombardero sobrevolar la ciudad. Y como tantos aviones que habíamos visto pasar sin que sucediera nada, creímos era uno de ellos. Y observamos un paracaídas con un objeto extraño que caía lentamente”.

(La inocencia nos aleja de lo inesperado. Nadie imaginaba un segundo ataque después de el de  Hiroshima).

Vimos una luz como si fueran mil flashes que se encendieran al mismo tiempo. Nos cegó y de inmediato un estruendo monstruoso impulsó a mi madre a arrojarnos al suelo. Los cristales volaron en mil pedazos y, cuando abrimos los ojos, el techo y paredes habían desaparecido. Mi hermana sangraba de su cabeza por los cristales y mi madre iba en su auxilio”.

Esto escuchábamos el pasado 18 de octubre. Cita que el destino nos tenía preparada, a mi hija Claudia y a un servidor, para conocer de viva voz a uno de los pocos sobrevivientes de Nagasaki. El Instituto Matías Romero nos albergó esa noche donde los corazones sincronizaron la inesquiva tristeza que nos produjo el relato del señor Yamashita.

Como preámbulo, la cinta del artista visual Shinpei Takeda, nos había sintonizado en el mundo absurdo y cruel de la guerra. En un documental donde se escucharon voces ahogadas, trémulas y estremecidas por un llanto catártico.
La autoprotección del ser humano puede ser llevada al extremo:  sólo escuchamos el silencio. Algunos de los supervivientes encontraron, ante su entrevistador, la primera oportunidad quizás, de poder hablar de su pesadilla sin salida.

-No existen las palabras, el adjetivo que describa el horror de las imágenes que al paso me encontraba por la ciudad. - Nos Dice el señor Yamashita.

Su padre fue reclutado para la limpieza de la ciudad. Eso, sería la antesala de la muerte debido a las radiaciones que flotaban en esa realidad inconcebible. Su padre moriría unos días después.

Después de la derrota japonesa, el pueblo japonés tuvo que reconstruirse del cruel castigo de las bombas, pero el escarnio del desprecio y la discriminación, fue aún más cruel. Los hibakusha, como llamaron a los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, tuvieron que enfrentar, además de los efectos de la radiación, la ola expansiva del repudio social.

Nadie quería casarse con un hibakusha. Muchas mujeres se suicidaron; otros preferimos callar y pasar desapercibidos. El miedo a las enfermedades congénitas nos aisló. Y las enfermedades no tardaron en aparecer. Una anemia periódica me persiguió durante mucho tiempo. Preferí callar hasta. En 1968 tuve la oportunidad de huir para refugiarme en México.”

El señor Yamashita vio la oportunidad de dejar el pasado para colaborar en los Juegos Olímpicos del ‘68. Y encontró en México su nuevo hogar.  Siguió callando su pasado hasta que, su secreto se infiltró de voz en voz y fue invitado por un estudiante a dar una plática.

Tenía miedo y no sabía si podría hablar de lo que había callado por tantos años. Llegado el momento descubrí la liberación que me producía el hablar de aquellos momentos de muerte y desolación.”

Desde entonces, el hibakusha ha dado cientos de pláticas transmitiendo lo que él considera su mejor  mensaje y legado para la humanidad: “no más guerras, no más muertes y no más armas nucleares”.

Siempre tuve una duda: ¿Se puede perdonar, y a quién perdonar? ¿A los Estados Unidos o a su propio emperador Hirohito?

Me respondió diciendo que perdonar no sería la palabra adecuada, sino conciliar. Y nos compartió una anécdota que nos dejó claro el rencor a los Estados Unidos.

En una conferencia que darían en Nueva York. El nieto de Harry S. Truman se acercó al grupo de ponentes para poder hablar con ellos y solicitar un perdón de un acto ajeno pero que pesaba por su nacionalidad y su apellido. Fue rechazado”.

El tiempo hizo posible esa reunión y se convirtió en parte de un grupo que ha dejado su mensaje antinuclear por todo el mundo: habían conciliado.

Uno arroja una piedra al agua y se forma una onda. Otra es arrojada y crea otra. Muchas son vertidas y al final se forma una ola”.

Con esa metáfora, el señor Yamashita nos pidió ser esas piedras que con su eco podamos reproducir  su mensaje y llevarlo al mayor número de seres humanos para que nunca más se repita la sombra de la muerte nuclear.   

"Quedamos pocos hibakushas en el mundo. Pronto, quizás en diez años ya no quede ninguno. Ustedes, los que pueblan este mundo, deben evocar eso momentos trágicos para la humanidad. Platíquenle a sus amigos, hijos, familiares; y a cualquiera que esté cerca de ustedes".

Esta es nuestra pequeña piedra que esperamos se expanda y llegue lejos, y no se pierda en el abismo oscuro de la indiferencia.

Nunca más un Hiroshima, jamás otro Nagasaki.

Gracias Yasuaki Yamashita.

Gracias Claudia por permitirme aprender junto contigo.













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