Encontrarte
entre la soberbia neblina de la mañana, fue el principio de un romance. Fue el
despertar de aquel día en que tus húmedas paredes de edificios viejos me
susurraron las primeras poesías de tu geografía, de esa ciudad de chimeneas que
humeaban historias de hogares fríos y oscuros. Con esa lluvia fina, serpiterna,
callada, que acarició por primera vez mi rostro, y deslizaste tus encantos de
mujer bella en mis ojos.
Así te
recuerdo y camino por tus calles buscando las sombras de tus muros donde un
libro antiguo causó la felicidad inusitada; donde tu historia me hacía guiños
para guiarme al Castillo o a un Pub viejo donde Robert Burns en una tarde de
amigos bebió una cerveza o escribió algún poema; donde las Tierras Altas de
Escocia llevaban su esencia en el Acqua de vitta y las conversaciones se
aderezaban con ese sabor poderoso de tu bebida mágica.
Walter
Scott amaneció sonriente a pesar de su monumento oscurecido por el tiempo. Tus habitantes pasaban de largo ignorando su presencia.
Pertenece a ellos. Saben que está ahí para contar sus historias y poemas. El
arribo a su terruño y el helado viento sólo permitió un saludo breve a su
grandeza.
Después que
la máquina de sueños vence la distancia, ese tren que dejó Londres a cientos de
kilómetros en Kingcross station, no es una emoción cotidiana el estar en tu
suelo, es el oasis que resucita mi espíritu y quiere reencontrar la aventura.
Grassmarket,
episodio de emoción al encontrar en su calle las más variadas expresiones: tu
gente, tu espíritu añejo, un pequeño mercado; edificios que guardan historias
que conviven en el tiempo; y tu fuente medieval West Bow Well (que da inicio a
la calle del mismo nombre) que es célebre por las cabezas que ahí, adornaron los
patíbulos.
Subir por
West Bow y llegar a Victoria es recorrer tus medievales piedras que en secreto
se ocultan en los edificios del siglo XVIII; regocijarse en la cuesta arriba y
encontrar un libro viejo que te espera en la Old Town Bookshoop; soñar con la interminable imaginaria Isla del tesoro y sus
corsarios; y navegar por la desconocida
tierra de Nunca Jamás.
La
sentencia incomprendida y una muerte que aún palpita entre los tuyos, me
estremeció, aún más, en tu soberbio castillo. Ahí estaba esperándome, callado,
impenetrable, con sus siglos encima, de ese tiempo que quedó atrapado entre sus
piedras.
La
ensombrecida vida de María, Reyna de los escoceses, tomó vida, cuando en mis
sueños, la vi en el pequeño resquicio del castillo arrullando al futuro Jacobo
I. Ahí se escuchó el llanto del futuro
rey que se coronaría rey de Inglaterra treinta y siete años después. Las libreas de la servidumbre
rodeaban a la Reyna y al príncipe en aquel momento de 1566, un heredero a un
trono para el que sólo había un futuro más que incierto.
Recorrí sus
pasillos, patios, torres y un pálpito de melancolía e interrogantes
pensamientos quedaron sin respuestas al recordar la muerte trágica de María
Estuardo en Northamptonshire, después de un largo cautiverio permitido por su
prima Isabel I de Inglaterra.
El White
Hart Pub sació mi sed y pude trasladarme a los años en que Robert Burns tal vez
ocupó la misma mesa y quizás pensó aquel verso de Los viejos tiempos…
Por
los viejos tiempos, amigo
Por
los viejos tiempos:
Tomaremos
una copa de camaradería
Por
los viejos tiempos…
Descansada
la emoción pude partir al reposo agitado del sueño. Desde un ventanal admiré otra
vez a tu soberbio y oscuro castillo, vislumbré tus calles y la fuente West Bow
Well donde sombras inquietas degolladas caminaban y buscaban sin lograr
encontrar sus cabezas tal vez inocentes. Oí los murmullos desde Lawnmarket animando al verdugo a dar el castigo merecido
a William Burke.
En la
profundidad de mi insania, caminé por tus calles oscuras y me encontré con dos
caballeros donde la bondad y perversidad se fundían en uno solo; donde la parte
contraria era el perfecto complemento de las dos personalidades. Mr Hyde mostró
su rostro, su sonrisa macabra que Robert Louis Stevenson inmortalizó como el
lado humano y oscuro que llevamos
dentro, muy dentro de nuestro bueno y correcto Dr Jekyll.
Hay mañanas
que sólo son comprensibles para el alma. Un amanecer brumoso, nubes grises, una
ligera llovizna fueron el cobijo para más de mi delirio. Aunque un sol
impertinente alumbró más tarde para caminar por tus calles y llegar a tu
Atenas: Calton Hill. Un verde infinito cubría su colina para poder admirar tu
Partenón, alguna vez vergüenza injusta, ahora símbolo nacional del heroísmo a
los caídos contra el Corso.
La fidelidad, tiene un nombre en tu ciudad. Quizás un
símbolo más para enaltecerte. Esperar catorce años el retorno del más allá, mereció a Bobby el bronce que le da forma a su figura en el puente Jorge IV. El
pequeño Skye Terrier esperó que los años llegaran para reunirse con su amo en
1872. En la misma tumba del cementerio
Greyfriars, yacen John Gray y su fiel amigo para recordarnos que la ilusión bien puede durar hasta encontrar la muerte.
Así pasaron
las tardes húmedas, las mañanas melancólicas que acudieron a acompañarme a lo que sabía era inevitable, a la
esclusa del tiempo que me conducía al adiós.
Partí una
mañana con el tiempo en agonía y ágil paso hacia la estación. Haymarket fue el
epílogo al apasionado encuentro; al que
se encarnó a primera vista en mis más entrañables recuerdos. Un tren me traía
al retorno inevitable, a la pronta nostalgia que eterna recuerda los viejos
tiempos...
Por los viejos tiempos, amigo
Por
los viejos tiempos:
Tomaremos
una copa de camaradería
Por
los viejos tiempos…

