El fusilamiento
de Maximiliano
Édouard Manet comenzó a esbozar un cuadro
histórico donde plasmaría para siempre, la mañana del 19 de junio de
1867, donde Maximiliano de Habsburgo,
junto con sus dos fieles generales, Miramón y Mejía, eran fusilados en el Cerro de las Campanas, en Querétaro.
Después del asedio de las tropas de Juárez, caía el segundo Imperio Mexicano.
Manet concluyó su obra a principios de 1869 y no pudo presentarla en París,
tardaría unos años en poder exhibirla, pero fuera de Francia.
Parte de nuestra historia, aquellos momentos los hemos conservado como
una novela entre romántica y trágica, dada la singular pareja que, llena de
contrastes, vinieron a México con la vana ilusión de que serían amados. Y de
alguna manera lo lograron, a costa claro, de la locura y la muerte.
Atesoro en mis recuerdos, una mañana soleada en que me llevaron al
Castillo de Chapultepec. La emoción de
la partida, el ver que mi padre dejaba los sonidos y las notas en su escritorio;
el ir con mis hermanos, tomar aquel camión amarillo y olvidarme del mundo, eran
el comienzo de una pequeña aventura. El ver
el Acueducto de Chapultepec era la emoción anunciada: faltaba poco. Además, fue uno de esos días donde el sol, las nubes y
el clima nos dan una pequeña muestra de su bondad.
Aunque no alcanzaba a comprender por
completo el porque esos señores extranjeros habían sido emperadores y, además,
de un Segundo Imperio, (¿cuál era el primero?), me causaba un gran conflicto el
saber cómo después de vivir en el Castillo habían acabado de manera tan trágica.
La suntuosidad de las habitaciones, los comedores enormes, los cuadros inmensos,
me llevaron a pensar que habían sido muy felices y la habían pasado como
verdaderos reyes. Aunque la Historia me pondría en claro muchas cosas mucho
después, mientras tanto la fascinación ejercía un poder especial sobre mí.
Yo no dibujé un cuadro como el de Manet, ni la inspiración me dio ni siquiera
para una caricatura. Sólo me quedó la idea de que aquellos personajes eran algo importante para
nuestra Historia.
Las noticias del imperio no llegaban de inmediato a Europa, pero sí en unos días o
semanas. Gracias al telégrafo, los acontecimientos atravesaban el oceano para
dar las buenas o malas. La ironía del destino es siempre implacable: el primer cable telegráfico que
atravesó el Atlántico desde México lo había enviado Maximiliano el 15 de agosto
de 1866 para felicitar por su cumpleaños
a Napoleón III, emperador de Francia,
quien recibiría también por ese medio la noticia del trágico acontecimiento un primero de julio de 1867.
La noticia pareció no importarle mucho a Napoleón III, ya que el mismo le había
retirado las fuerzas que apoyaban a Maximiliano: era de esperarse un final nada
halagador para el emperador de México.
Carlota, que para esos días ya había
tenido sendas entrevistas con el emperador francés y el Papa, no cesaba, dentro
de su locura incipiente, en solicitar el apoyo para su marido que sin duda se
hallaba en aprietos.
Después de un largo viaje, en la fragata Novara, arribaron al puerto de
Veracruz el 28 de mayo de 1864, dando por hecho un gran recibimiento, gritos y
ramos de flores del pueblo de México -era lo que se merecían los emperadores, pero
como premonición de los acontecimientos futuros, no fue así-.
Desapercibidos y ninguneados tuvieron que esperar los vítores y el festejo
hasta llegar a la Ciudad de México.
Dos años antes la gloria había colmado de
júbilo a la Patria y a Juárez con la victoria del general Ignacio Zaragoza
sobre los franceses en Puebla. Triunfo efímero e insuficiente para detener al ejército de Napoleòn III e
impidiera la llegada del archiduque. Juárez
tomó el destino en sus manos llevando la soberanía en cuatro ruedas y con las
leyes bajo el brazo hasta el final de la guerra. Misma que fue facilitada por
el retiro de las fuerzas francesas, para
poder ser ocupadas, y, enfrentar
la guerra contra Prusia.
Así, Maximiliano se fue quedando solo, sin dinero, sin esposa y sin ejército. Sólo el
orgullo lo impulsó a seguir una guerra
que ya estaba perdida. Fieles generales fueron los conservadores Miramón y Mejía que lo seguirían hasta el
Cerro de las Campanas compartiendo un
honor que muy pocos desearían: su fusilamiento.
La tarde del 1º de Julio de 1867, en París, los periódicos anunciaban la
muerte del archiduque a manos de los liberales. Una barbarie para los europeos
y el triunfo para un país que intentaba tener una identidad. Aquella mañana en
Querétaro, Juárez no dudó en ningún momento finiquitar la guerra contra
Maximiliano y los Conservadores.
Sin duda, el final catastrófico de Maximiliano fue un suceso que tuvo un
significado importante en Francia. Y para Édouard Manet no fue la excepción. El
artista se alimenta de las experiencias, sucesos, y de la Historia misma. Y Manet vio en esta ejecución una buena
oportunidad de desglosar su arte. Los mexicanos
ejecutados, el general Miramón y el general Mejía flanquearon a Maximiliano
en el cuadro de Manet, aunque se sabe que Maximiliano, en un detalle de
caballerosidad, cedió el honroso lugar a Miramón.
No obstante el cuadro fue terminado en 1869 no fue sino hasta 1879 que
se exhibe en Nueva York y en 1880 en Boston. Una obra exiliada por la exigencia
de los agitados momentos políticos, tuvo
que soportar la censura, que siempre encuentra un lugar disponible en los
resquicios del Poder.
Aquella visita al Castillo me llenó de
fantasías, de incógnitas. Por un instante, entre la suntuosidad y los pasillos
infinitos, pude imaginar a los emperadores recorrer, en inmensas horas el
bosque, las habitaciones, sus amplios comedores y todo un mundo de opulencia
donde su sueño de gobernar un país lejano
a los Imperios europeos, los condujo a
la locura, y a la muerte.