jueves, 26 de mayo de 2016

Cariátides

Cariátides

Cada día te inventas, creyendo lo que eres, lo que anhelas. Bajo ese manto caminas con esa corteza dura y gruesa, que te protege y aleja de la realidad. Hasta que la hostil verdad agrieta la costra, y sangra; dejando ver los detritus, el río turbio de tu esencia.   Donde la cólera siniestra grita y mitiga, para de nuevo ser, inventarse, moldearse, recrearse, vestirse, cubrirse: nace tu nueva piel.
 En la subterránea arena de tu desierto crecen ilusiones, las rías  mojan los surcos de tus abominables deseos que crees buenos, pero  con tu traidora lealtad a tus bajos instintos.

 Las cariátides sostienen tus sueños, sonríen y cada una seduce bajo un soporífero engaño: la mentira es verdad, la ausencia presencia, la indolencia tortura, la tristeza sonrisa, lo obscuro luz, lo deshonesto virtud, lo aparente real; los muertos viven, los locos entienden.

En la insania de tu despertar, la Anábasis recorre los caminos de la noche, las batallas, los deseos, la maldad, la saña, la reconciliación imposible, la traición, la muerte, la resurrección, el perdón. Liberado, caminas bajo tu propia sombra protectora, que aún en la obscuridad persiste y te abraza.

No temes, estás en tu Dunsinane, el bosque todavía no se mueve, las espadas, aún lejos, sólo brillan. Las ves y con fatuas estrofas alejas las enemigas conciencias.


Te duplicas en espejos, en aviesas figuras te observas, y es el epígrafe anunciando tu nuevo rostro, al nuevo ser del día, y satisfecho, te inventas, sueñas: eres feliz. 


jueves, 5 de mayo de 2016

El fusilamiento de Maximiliano

El fusilamiento de Maximiliano
      Édouard Manet comenzó a esbozar un cuadro histórico donde  plasmaría  para siempre, la mañana del 19 de junio de 1867, donde  Maximiliano de Habsburgo, junto con sus dos fieles generales, Miramón y Mejía, eran fusilados  en el Cerro de las Campanas, en Querétaro. Después del asedio de las tropas de Juárez, caía el segundo Imperio Mexicano. Manet concluyó su obra a principios de 1869 y no pudo presentarla en París, tardaría unos años en poder exhibirla, pero fuera de  Francia.
     Parte de nuestra historia, aquellos momentos los hemos conservado como una novela entre romántica y trágica, dada la singular pareja que, llena de contrastes, vinieron a México con la vana ilusión de que serían amados. Y de alguna manera lo lograron, a costa claro, de la locura y la muerte.
     Atesoro en mis recuerdos, una mañana soleada en que me llevaron al Castillo de  Chapultepec. La emoción de la partida, el ver que mi padre dejaba los sonidos y las notas en su escritorio; el ir con mis hermanos, tomar aquel camión amarillo y olvidarme del mundo, eran el comienzo de una pequeña aventura.  El ver el Acueducto de Chapultepec era la emoción anunciada: faltaba poco. Además,  fue uno de esos días donde el sol, las nubes y el clima nos dan una pequeña muestra de su bondad.
      Aunque no alcanzaba a comprender por completo el porque esos señores extranjeros habían sido emperadores y, además, de un Segundo Imperio, (¿cuál era el primero?), me causaba un gran conflicto el saber cómo después de vivir en el Castillo habían acabado de manera tan trágica. La suntuosidad de las habitaciones, los comedores enormes, los cuadros inmensos, me llevaron a pensar que habían sido muy felices y la habían pasado como verdaderos reyes. Aunque la Historia me pondría en claro muchas cosas mucho después, mientras tanto la fascinación ejercía un poder especial sobre mí.
     Yo no dibujé un cuadro como el de Manet, ni la inspiración me dio ni siquiera para una caricatura. Sólo me quedó la idea de que  aquellos personajes eran algo importante para nuestra Historia.
     Las noticias del imperio no llegaban  de inmediato a Europa, pero sí en unos días o semanas. Gracias al telégrafo, los acontecimientos atravesaban el oceano para dar las buenas o malas. La ironía del destino es siempre  implacable: el primer cable telegráfico que atravesó el Atlántico desde México lo había enviado Maximiliano el 15 de agosto de 1866  para felicitar por su cumpleaños a  Napoleón III, emperador de Francia, quien recibiría también por ese medio la noticia del trágico acontecimiento un  primero de julio de  1867.
     La noticia pareció no importarle mucho a  Napoleón III, ya que el mismo le había retirado las fuerzas que apoyaban a Maximiliano: era de esperarse un final nada halagador para el emperador de México.
      Carlota, que para esos días ya había tenido sendas entrevistas con el emperador francés y el Papa, no cesaba, dentro de su locura incipiente, en solicitar el apoyo para su marido que sin duda se hallaba en aprietos.
      Después de un largo viaje,  en la fragata Novara, arribaron al puerto de Veracruz el 28 de mayo de 1864, dando por hecho un gran recibimiento, gritos y ramos de flores del pueblo de México  -era lo que se merecían los emperadores, pero como premonición de los acontecimientos futuros, no fue así-. Desapercibidos y ninguneados tuvieron que esperar los vítores y el festejo hasta llegar a la Ciudad de México.  
      Dos años antes la gloria había colmado de júbilo a la Patria y a Juárez con la victoria del general Ignacio Zaragoza sobre los franceses en Puebla. Triunfo efímero e insuficiente  para detener al ejército de Napoleòn III e impidiera  la llegada del archiduque. Juárez tomó el destino en sus manos llevando la soberanía en cuatro ruedas y con las leyes bajo el brazo hasta el final de la guerra. Misma que fue facilitada por el retiro de las fuerzas francesas, para  poder ser ocupadas, y,  enfrentar la guerra contra Prusia.  
     Así, Maximiliano se fue quedando solo, sin dinero,  sin esposa y sin ejército. Sólo el orgullo  lo impulsó a seguir una guerra que ya estaba perdida. Fieles generales fueron los conservadores  Miramón y Mejía que lo seguirían hasta el Cerro de las Campanas  compartiendo un honor que muy pocos desearían: su fusilamiento.
     La tarde del 1º de Julio de 1867, en París, los periódicos anunciaban la muerte del archiduque a manos de los liberales. Una barbarie para los europeos y el triunfo para un país que intentaba tener una identidad. Aquella mañana en Querétaro, Juárez no dudó en ningún momento finiquitar la guerra contra Maximiliano y los Conservadores.
     Sin duda, el final catastrófico de Maximiliano fue un suceso que tuvo un significado importante en Francia. Y para Édouard Manet no fue la excepción.  El  artista se alimenta de las experiencias, sucesos, y de la Historia misma.  Y Manet vio en esta ejecución una buena oportunidad de desglosar su arte. Los mexicanos  ejecutados, el general Miramón y el general Mejía flanquearon a Maximiliano en el cuadro de Manet, aunque se sabe que Maximiliano, en un detalle de caballerosidad, cedió el honroso lugar a Miramón.
     No obstante el cuadro fue terminado en 1869 no fue sino hasta 1879 que se exhibe en Nueva York y en 1880 en Boston. Una obra exiliada por la exigencia de los agitados momentos políticos,  tuvo que soportar la censura, que siempre encuentra un lugar disponible en los resquicios del Poder.
    Aquella visita  al Castillo me llenó de fantasías, de incógnitas. Por un instante, entre la suntuosidad y los pasillos infinitos, pude imaginar a los emperadores recorrer, en inmensas horas el bosque, las habitaciones, sus amplios comedores y todo un mundo de opulencia donde su sueño de  gobernar un país lejano a los Imperios europeos,  los condujo a la locura, y a la muerte.