México y Estados Unidos llevan casi
doscientos años de relaciones diplomáticas. Desde 1825 hasta nuestros dìas, los
representantes de los estados han visto por sus intereses y beneficios,
pero también han procurado un
gran intercambio cultural.
El mundo globalizado de hoy no podría entenderse
si no fuera por el arte de la diplomacia. Si bien se forma de un conglomerado
de conocimientos, por momentos se convierte en el arte de las buenas
relaciones. Sin ella, los conflictos entre naciones terminarían en pleitos
callejeros que podrían acabar en guerras inútiles y con la muerte absurda de
soldados y civiles.
Son los embajadores, los que
representando a su país, llevan una agenda encaminada a representar los
intereses de su patria, pero también de promover la cultura entre las partes
involucradas. La gran mayoría pasan desapercibidos, al menos que un áurea de
fama los presida. Tal es el caso de los mexicanos Octavio Paz, en la India, y de
Carlos Fuentes, en Francia. Y hablando de nuestros vecinos del norte, han pisado
suelo mexicano muchos y bien dotados para ejercer sus funciones; otros, no han
sido tan afortunados y han dejado un mal recuerdo. Algunos recordarán a John
Gavin, célebre por sus actuaciones en la cinta Pedro Páramo (1967),
y por el comercial televisivo realizado para la compañía de licores Bacardi,
donde nos mostraba las bondades del famoso ron. Favorecido por su amigo y
también actor, Ronald Reagan, Gavin fue, sin duda alguna, el antecesor más mediático, aunque no se le
reconocen muchos éxitos en su gestión. Para ser justos con la historia de los
embajadores, tendríamos que mencionar al no bien recordado Henry Lane Wilson,
intrigoso y partícipe de la Decena Trágica, pasaje trágico que culmina con la
muerte del presidente Francisco I. Madero. Este hecho propició su salida
expedita solicitada por William Taft, presidente entonces de los Estados
Unidos.
Otro importante y precursor de los
representantes de nuestros vecinos es Joel Robert Poinsett, ministro durante
los años de la joven y recién formada nación mexicana allá por los años
de 1825 a 1829. Y como dato curioso la
planta Nochebuena (nativa de México y Centroamérica y que forma parte de
la decoración navideña en muchas regiones del orbe), fue llevada por
Poinsett a los Estados Unidos y cultivada con éxito, y en honor a él, lleva el
nombre de la poinsettia. El 12 de diciembre, mientras nosotros
celebramos a la Virgen de Guadalupe, en Estados Unidos se celebra el día de la poinsettia
en conmemoración al día de la muerte de Joel Robert Poinsett. Todo esto sin
dejar pasar que es el masón que introdujo a México el rito de york.
Y el más reciente representante de la
casa blanca, Christopher Landau, nos ha dejado ver que puede ser uno de los
mejores en las relaciones internacionales del estado norteamericano. Su carisma
y una amplia agenda cultural, han permitido que su nombre se escuche en las
redes sociales. Son otros tiempos de comunicación mediática que han sido muy
bien aprovechadas por el embajador: desde la visita a la Villa de Guadalupe,
a ciudades y sedes gubernamentales, hasta su altar del Día de Muertos, sin
dejar pasar que nos mostró que también sabe chopear el pan de muerto en el
chocolate. Su cuenta en twitter con más
de cien mil seguidores, ha sido bien conducida. Sus publicaciones han tenido un
gran impacto en los cibernautas que sienten una relación de amistad y
proximidad de Landau, con el pueblo de México.
Desde la antigüedad en imperios,
reinos o ciudades, hubo quien llevara el estandarte con los intereses de su
gobernante. Muchas veces sólo pactaban treguas o el inicio de una guerra. Así,
Homero en la Iliada nos narra como se hicieron intentos para que Helena
regresara con Menelao, como sabemos, sin éxito.
Más tarde, los romanos con sus legati
le dieron un poco de estructura a lo que podrìamos llamar un embajador.
Tenìan que ser instruidos y dotados en el uso de la palabra y de la
persuasión. Se acercaban más a la idea de lo que es un polìtico más que a un
militar.
Pero donde se considera la aparición
formal del embajador es en Renacimiento en Milán con el duque Francisco Sforza.
Supo encauzar la diplomacia para beneficio de su poder.
Encomendó a Nicodemo de Pontremoli
para representar sus intereses con la familia Medici, donde Cosme el Florentino
y amigo de los Sforza, recibió con buenos ojos al primer embajador del
mundo.
Regresando al presente y a la
realación bilateral México-Estados Unidos, el embajador republicano Christopher
Landau se presenta como el portavoz moderno de la diplomacia, rompiendo
estándares dando un paso adelante evolutivo en las relaciones internacionales.
Han quedado atrás las “poses” y la idea esterotipada del diplomático detrás de
un escritorio.
Pero lo que más lo distingue es su
empatía y su amplia agenda cultural en la que proyecta un dinamismo
sorprendente. El contacto con la gente y su presencia mediática nos ha
sorprendido haciendo de él el embajador más popular que haya tenido el vecino
del norte. Ha llegado, como él mismo lo ha dicho, “con la mano extendida”, y que
“Estados Unidos gana cuando hay un México próspero y estable, y México gana
cuando hay un Estados Unidos próspero y estable”.
Christopher Landau a entrado por la
puerta grande: con el beneplácito del pueblo, un hecho inédito en la historia de ambos países. El nuevo legatus se abre camino a
pasos agigantados en las relaciones internacionales para agregar un poco de historia en los intereses
comunes de México y Estados Unidos.