miércoles, 13 de noviembre de 2019

Noviembre

Me gusta noviembre 
Y cómo su aire fresco 
nos acerca al invierno 

Sus hojas derramadas 
que acarician nuestros pasos
y el viento en su vuelo:
árboles ha dejado desiertos,
susurra suaves canciones 
que se pierden 
en un paisaje acre 
yerto
seco



Me gusta noviembre 
Su neblina de nostalgias:  leguas de tiempo.
Distancias. Recuerdos. 
Seguir los pasos de acequias,  de silencios,
de silencios viejos 
que a sorbos bebimos, sí, 
y sin darnos cuenta: 
Dejamos el eco dormido
De  lo inicuo que es la vida. 


Me alegra el milagro 
de esperar las almas,
a nuestras almas que retornan, 
fugaces,
a regalarnos la esperanza 
de la eternidad del mundo

Nuestros muertos 
nobles y fieles 
interrumpen su viaje
para darnos un sorbo: el abrazo que con su frío
enciende la luz
 de nuestra soledad

La esperanza se ilumina 
en una mañana otoñal:
lluvia,  gotas de ilusión.
Nostalgia que naufragó
en interrogantes amores de ausente arrivo.
De dudas que arrinconaron 
nuestras secretas pasiones 

El sueño, muerte breve, 
nos lleva al pasado, al instante que sólo 
una vez puedes beber, 
a recuerdos que en su fugacidad
tímidos retornan


Oportunidad divina: ver aquella
sonrisa, 
una mirada: la luz del amor, 
unas manos viejas: cansadas por el trasiego: 
retrato sempiterno: caricia del tiempo. 

Sentir la última caricia materna en tus manos;
el  calor sin condiciones 
y el hálito de vida que dejó
 en sus brazos:
cansados,
cubiertos de tiempo

Me gusta noviembre 
Escuchar aquella voz sin resabio y desencanto;
escuchar los ladridos: 
dulce ruido de un fiel amigo.

Degustar melodías, beber fantasías, 
del tiempo,
la lluvia,
que en cada otoño 
como en la vida:  retornan los pasos, 
la senda donde abrevas  
nostalgias dormidas. 

En la mañana otoñal, umbría brecha,
Incógnito destino 
torrentes de hojas
ríos de memorias 
las hojas que el viento
que el viento 
en un grito 
el secreto murmulla: 

“Te gusta noviembre,  
los ecos, las sombras de amores 
la tarde y un cielo, 
pálpitos y estruendos 
que la nostalgia ignora;
y cuando llega el tiempo,
este tiempo de pálidos cielos,
abrazas el cierzo
y añoras las horas 
del cercano invierno”






















miércoles, 16 de octubre de 2019

Embajadores en México


México y Estados Unidos llevan casi doscientos años de relaciones diplomáticas. Desde 1825 hasta nuestros dìas, los representantes de los estados han visto por sus intereses  y beneficios,  pero también han procurado un  gran intercambio cultural. 

El mundo globalizado de hoy no podría entenderse si no fuera por el arte de la diplomacia. Si bien se forma de un conglomerado de conocimientos, por momentos se convierte en el arte de las buenas relaciones. Sin ella, los conflictos entre naciones terminarían en pleitos callejeros que podrían acabar en guerras inútiles y con la muerte absurda de soldados y civiles. 
Son los embajadores, los que representando a su país, llevan una agenda encaminada a representar los intereses de su patria, pero también de promover la cultura entre las partes involucradas. La gran mayoría pasan desapercibidos, al menos que un áurea de fama los presida. Tal es el caso de los mexicanos Octavio Paz, en la India, y de Carlos Fuentes, en Francia. Y hablando de nuestros vecinos del norte, han pisado suelo mexicano muchos y bien dotados para ejercer sus funciones; otros, no han sido tan afortunados y han dejado un mal recuerdo. Algunos recordarán a John Gavin, célebre por sus actuaciones en la cinta  Pedro Páramo (1967), y por el comercial televisivo realizado para la compañía de licores Bacardi, donde nos mostraba las bondades del famoso ron. Favorecido por su amigo y también actor, Ronald Reagan, Gavin  fue, sin duda alguna,  el antecesor más mediático, aunque no se le reconocen muchos éxitos en su gestión. Para ser justos con la historia de los embajadores, tendríamos que mencionar al no bien recordado Henry Lane Wilson, intrigoso y partícipe de la Decena Trágica, pasaje trágico que culmina con la muerte del presidente Francisco I. Madero. Este hecho propició su salida expedita solicitada por William Taft, presidente entonces de los Estados Unidos. 
Otro importante y precursor de los representantes de nuestros vecinos es Joel Robert Poinsett, ministro durante los años de la joven y  recién formada nación mexicana allá por los años de 1825  a 1829. Y como dato curioso la planta Nochebuena (nativa de México y Centroamérica y que forma parte de la  decoración navideña en muchas regiones del orbe), fue llevada por Poinsett a los Estados Unidos y cultivada con éxito, y en honor a él, lleva el nombre de la poinsettia. El 12 de diciembre, mientras nosotros celebramos a la Virgen de Guadalupe, en Estados Unidos se celebra el día de la poinsettia en conmemoración al día de la muerte de Joel Robert Poinsett. Todo esto sin dejar pasar que es el masón que introdujo a México el rito de york. 
Y el más reciente representante de la casa blanca, Christopher Landau, nos ha dejado ver que puede ser uno de los mejores en las relaciones internacionales del estado norteamericano. Su carisma y una amplia agenda cultural, han permitido que su nombre se escuche en las redes sociales. Son otros tiempos de comunicación mediática que han sido muy bien aprovechadas por el embajador: desde  la visita a la Villa de Guadalupe, a ciudades y sedes gubernamentales, hasta su altar del Día de Muertos, sin dejar pasar que nos mostró que también sabe chopear el pan de muerto en el chocolate.  Su cuenta en twitter con más de cien mil seguidores, ha sido bien conducida. Sus publicaciones han tenido un gran impacto en los cibernautas que sienten una relación de amistad y proximidad de Landau, con el pueblo de México. 


Desde la antigüedad en  imperios, reinos o ciudades, hubo quien llevara el estandarte con los intereses de su gobernante. Muchas veces sólo pactaban treguas o el inicio de una guerra. Así, Homero en la Iliada nos narra como se hicieron intentos para que Helena regresara con Menelao, como sabemos, sin éxito. 


Más tarde, los romanos con sus legati le dieron un poco de estructura a lo que podrìamos llamar un embajador. Tenìan que ser instruidos y dotados en el  uso de la palabra y de la persuasión. Se acercaban más a la idea de lo que es un polìtico más que a un militar.
Pero donde se considera la aparición formal del embajador es en Renacimiento en Milán con el duque Francisco Sforza. Supo encauzar la diplomacia para beneficio de su poder. 
Encomendó a Nicodemo de Pontremoli para representar sus intereses con la familia Medici, donde Cosme el Florentino y amigo de los Sforza, recibió con buenos ojos al primer embajador del mundo. 


Regresando al presente y a la realación bilateral México-Estados Unidos, el embajador republicano Christopher Landau se presenta como el portavoz moderno de la diplomacia, rompiendo estándares dando un paso adelante evolutivo en las relaciones internacionales. Han quedado atrás las “poses” y la idea esterotipada del diplomático detrás de un escritorio. 
Pero lo que más lo distingue es su empatía y su amplia agenda cultural en la que proyecta un dinamismo sorprendente. El contacto con la gente y su presencia mediática nos ha sorprendido haciendo de él el embajador más popular que haya tenido el vecino del norte. Ha llegado,  como él mismo lo ha dicho, “con la mano extendida”, y  que “Estados Unidos gana cuando hay un México próspero y estable, y México gana cuando hay un Estados Unidos próspero y estable”. 


Christopher Landau a entrado por la puerta grande: con el beneplácito del pueblo, un hecho  inédito en la historia de ambos países.  El nuevo legatus se abre camino a pasos agigantados en las relaciones internacionales  para  agregar un poco de historia en los intereses comunes de México y Estados Unidos. 







domingo, 15 de septiembre de 2019

Independencia de México ¿Debemos celebrar, conmemorar o recordar?

Conmemorar, celebrar o simplemente recordar son palabras muy afines que utilizamos para hablar del aniversario de la Independencia de México.  

Durante los últimos años se ha cuestionado si debemos celebrar un acontecimiento que supuestamente llenó de gloria a la patria. ¿Cómo o por qué deberíamos gritar “vivas” y demás palabras de regocijo por un país que lleva años de luchas internas de poder, corrupción, muerte,  y un largo etcétera de epítetos de la tragedia?
Sin embargo parece que el pueblo mexicano tiene esa necesidad interna y extraña  del grito desaforado por la desgracia o la tristeza. Bastaría escuchar un mariachi para demostrarlo. Si es una canción festiva el el “ay, ay, ay, ay,” nos contagiará para que gritemos también. Y si es triste,  el mismo “ay” dejará ver el dolor del alma. 
Pero también el mes patrio nos da tema para la reflexión y no sólo para el clamor popular. Mictlantecuhtli ha recibido, en su Mictlán, descabezados, torturados, periodistas y a mujeres que por el simple hecho de serlo, han sido asesinadas. Sexenios de gobernantes en que la inseguridad ha sido su prioridad, también ha sido su gran fracaso. Y el actual período presidencial no las tiene todas consigo. Tal vez su perdón demagógico nos lleve a muy pronto,  a poner la otra mejilla. 
Pero, ¿que más nos da tanta desgracia y verborrea si simplemente queremos reafirmar nuestra identidad nacional? 

Tal vez lo que sí debemos recordar, es esa  contrastante y contradictoria idiosincrasia mexicana, quizás la más colorida y auténtica que va inevitablemente ligada al mestizaje, producto de años de colonización en el que nos dejó como herencia, el maravilloso idioma español, y una excelsa gastronomía. Cuando los colores del ejército trigarante  se plasman en un chile en nogada, no pensamos que sin la granada, nuez, perejil, y la carne de puerco traídos  por los españoles, no sería posible degustar este maravilloso platillo y muchos otros como los tradicionales tamales (en sus muy variadas formas y estilos) y,   por supuesto,  el inigualable  pozole.
Mientras bebemos y cenamos escuchando las campanadas libertarias, recordemos  con orgullo nuestro origen y por qué no, gritemos: “Viva México Cabrones”. 

Los mitos fundacionales son necesarios para conmemorar y crear un imaginario que cohesione emociones y un pasado común con el que nos podamos entender, aún sea una falaz historia. Así,  crecimos con la idea del anciano Hidalgo que liberó a México,  y que ahora sabemos que no era ni tan viejo ni tan libertador. La Nueva España pretendía libertad mas que independencia  para los criollos; y el exceso de control de las Reformas Borbónicas llevó al hartazgo a muchos que, a pesar de todo, gritaban: “Viva Fernando Séptimo”. 
No obstante, los héroes fundacionales han dejado su marmórea  figura y se han reivindicado con sus claroscuros como cualquier ser humano. Algunos todavía no encuentran su acomodo, como Agustín de Iturbide, que el 27 de septiembre  de 1821 consumó la tan ansiada independencia. Ahí sigue en la Catedral  Metropolitana esperando que el rencor histórico le regale el perdón de su absurda ambición imperial. 
Para muchos otros son los tiempos de Juárez y su triunfo contra los franceses cuando se logra un verdadero cambio y se puede hablar de una verdadera independencia. 

La demagogia ha encontrado terreno fértil con el día de nacimiento de la nación. Y los caprichos dictatoriales han florecido para hacer su propio jardín  patrio. Porfirio Díaz -se dice- cambió la celebración la noche del 16 al  15 porque se celebraba su cumpleaños. Y el buen Max, sí, el de Austria, dio  el 16 de septiembre oficialmente el primer Grito en Dolores, y al año siguiente en 1865,  en el zócalo. En el periodo presidencial actual nos esperan largas horas de transmisión oficial, ¿Cómo para qué? Tal vez, como al estilo griego,  el teatro político nos dé una ansiada y esperada - o tal vez debería decir desesperada -,  catarsis. 

Mientras celebramos, conmemoramos y recordamos a los héroes y a una historia que aún no termina de escribirse, nuestra Victoria Alada espera que sea restaurada para no ser el reflejo de una justicia nacional desgastada, sino el punto de encuentro de la identidad nacional. 


viernes, 14 de junio de 2019

Don Pepe Obrador y la niña que conversaba


Siempre digo que mi madre es un libro no escrito que se convierte en El tiempo perdido que que al mismo Proust le hubiera gustado escuchar.
Las edades inmensas son una fuente inagotable de sabiduría y de acontecimientos guardados, tesoros que  no sabemos qué están en el baúl, impolutos, sin el polvo del tiempo. 
Noventa años parecen muchos, pero cuando el espejo de palabras con Cecilia Gómez refleja una nueva anécdota, me parecen pocos. 
Después de una caída que derramó una sangre dejando una silueta de llanto en el piso, su nieto Manuel hacía llamadas sin respuesta. Mientras yo soñaba una reunión extraña e insólita con mis hermanos,  el celular apagado me evitó el sobresalto. Vi los mensajes pensé en mi sueño y deduje que los presagios tienen más palabra de honor que los hombres. 
Acudí en la noche para verla y, aunque los moretones tenían mas bien un color de miedo, me preocupaba  más que  su mente tuviera el brillo de las estrellas. Después de las preguntas obligadas, le pedí me platicara una vez más aquel pasado de su niñez y los gratos momentos en la tienda de don José Obrador, abuelo materno del actual presidente.

Aunque la simpatía de Andrés Manuel López Obrador por momentos me ha envuelto en una demagogia de terciopelo, mi espíritu crítico se opone al sentimiento. Pero más allá de convicciones o empatías, se antepone la pasión por  las historias y la evocación de épocas perdidas. 
 La anécdota es el pasado que por más que se oculta en las piedras, brota como un germinado del tiempo. 
Eran los años 40’s y a sus quizás 10 o 12 años Cecilia Gómez visitaba con frecuencia la mercería de don Pepe Obrador -como ella afectuosamente lo nombra- en el poblado de Salto De Agua. Por razones de la la conversación que mi madre cultivó desde niña, a don José Obrador le agradaba la visita de aquella niña a la que él se refería como “mi amiguita”, y también como “una niña muy educada, respetuosa y platicadora”. Pero algunas niñas compañeras de Cecilia Gómez, le causaban problemas; refunfuñaba porque le tomaran sus artículos que quedaban al alcance de esas manos  infantiles e inquietas. Muchas visitas fueron las que Cecilia haría a don Pepe Obrador. Él disfrutaba de las palabras que ella hilaba con extraña perfección para su edad. La mercería se convirtió en el sitio de amenas charlas donde un par de sillas afuera del negocio, eran los únicos testigos. Don Pepe Obrador se ausentaba en ocasiones a Tepetitán, poblado tabasqueño donde tenía otros negocios. 
Cuando Cecilia Gómez se ausentaba tres o más meses a la finca de sus padres (mis abuelos Luis Gómez Ovalle y Carmen FLores), don Pepe Obrador le preguntaba “qué a dónde había estado todo ese tiempo”, a lo que contestaba que en la finca San Luis, dando detalles de aquella tierra de olor a vida, multicolor, de ríos con brisa que llenaban el paladar de una extraña húmeda belleza. Le daba detalles de sus animales, de su agilidad extraña, sus encuentros con las aguas del río, y  que la vida en aquel edén,  aún caminaba con calma.  Don Pepe Obrador escuchaba maravillado a su amiguita que parecía tener kilómetros de palabras. 
Además de los encuentros en la mercería, don Luis Gómez visitaba a don Pepe Obrador en su casa. El portal era el marco donde se dibujaban las siluetas conversadoras. Un pasado común unía a los dos señores. La madre de Luis Gómez había venido de España en el siglo XIX a México, y José Obrador había tenido una aventura de mares furiosos y fatigosas andanzas desde Ampuero.  Su pasado español daba pie a esa plática que al parecer se repetían en aquellos singulares encuentros. 

Pasó el tiempo y después de unos años en un regreso de de larga estancia en la finca San Luis, don José Obrador había partido  para no volver a Salto de Agua Chiapas. 
 Cecilia Gómez no encontró la tienda y al preguntar a sus amigas por don Pepe Obrador le dijeron se había ido a Tepetitán, donde se escribiría otra historia. 

Después de escuchar a mi madre la luminosidad de su memoria, su alegría al recordar a don Pepe Obrador y de verla sonreir, me quedaba claro que las cosas, aparte de esos moretones de miedo y la venda ensangrentada, no irían del todo mal. Y que a veces las palabras alivian más que un analgésico.  

Antes de irme me aclaró unos pequeños detalles: “Recuerdo con afecto a don Pepe Obrador, con su cuerpo grande, su piel blanca, su amabilidad. Y también sus pantalones azules, sus tirantes, su camisa blanca, sus sujeta mangas y sus infaltables mancuernillas”.

Partí embelesado con los ojos de doña Cecilia Gómez iluminados con el brillo húmedo de la nostalgia, de aquellos encuentros amigos, pero sobre todo me llevé su sonrisa que ocultaba,  estoy muy seguro, la  finca de sus sueños, el pueblo mágico y las historias de personajes insospechados. 







viernes, 5 de abril de 2019

Lágrimas de hojas

Las hojas se escuchan
Arrastran su sonido triste 
Anunciando el adiós 

Tú, que puedes oírme 
Asómate al balcón: 
un llanto lejano

Humedad silente
Un frío y la sombra, 
compañía de la muerte

Escucha el suspiro 
el viento y el ave canora

Despide el otoño
un túmulo de gritos: 
lágrimas de hojas

La vida se fue
Sombra de invierno
se ha ido
se ha ido 

Mira esos ojos
mirada callada,
aún en su lecho,
se fue  en silencio

Tú qué puede ver
Asómate al balcón
Las hojas de otoño 

Se han ido 
Se han ido


domingo, 24 de febrero de 2019

Roma, cine hecho poesía

Roma y Cuarón nos muestran  la imaginación del pasado, de ese otro tiempo que parece quedó sepultado pero siempre está ahí para recordarnos lo que somos.

Las imágenes y la historia se han convertido en un poema trágico. Personajes dignos de un drama griego, donde nuestros héroes padecen lo indeseable e inimaginable. Leo representa la tragedia, no sólo para ella misma, sino de muchas de las mujeres que se han quedado sin rostro; las que el abandono y la indiferencia social las ha dejado en el olvido.

Además, se presenta como una crónica de los avatares de una familia,  con un padre ausente que termina por alejarse definitivamente con las consecuencias que esto implica.

Toda obra artística puede convertirse en una poesía, nos dice Octavio Paz. Una pintura de Rubens, un cuarteto de cuerdas de Bethoven o una escultura de Miguel Ángel. Todas son poemas,  donde la “liberación interior” conduce al realizador a la belleza. Cuarón ha regalado a los mexicanos un retrato fílmico emotivo, en una época que quedaba muy lejos de la modernidad y la velocidad vertiginosa de los tiempos actuales. Al compartirnos su vida nos ha devuelto ese fragmento de humanidad que hemos olvidado.

Si bien es un homenaje a la mujer Mixteca que cuidó a los niños, y formó sin duda parte más que importante para la familia de Cuarón, también nos muestra la realidad de cualquier familia. Donde cabe la frase de Tolstoi más conocida: Todas las familias se parecen unas a otras pero cada familia infeliz, lo es a su manera. Aunque yo prefiero decir siempre que todas las familias son infelices, y tratamos de alguna manera encontrar o simular la felicidad. Sin duda, ellos la encontraron en Cleo (Libo, en la vida real). Sin olvidar a la madre, Sofía,  que como muchas mujeres mexicanas, han llevado el barco a buen puerto.
Muchos, nos hemos visto  en ese espejo mágico de Roma, de la realidad que a veces dejamos en el olvido.

Para los que nacimos antes de los 70’s, nos ha hecho revivir aquel momento de subirse al taxi cocodrilo, escuchar los éxitos musicales  y aquellas canciones que entonábamos jugando con nuestros hermanos, pero también nos ha hecho reír y compartir con nuestros hijos un pasado nostálgico. Si bien la memoria es esquiva, la imaginación completa el cuadro generacional que marca los destinos.

Además de todo, hemos vuelto la vista a la mujer indígena que lleva sobre sus hombros la indiferencia social;  al racismo mexicano que muchos no aceptan aún; el machismo y la violencia que, para desdicha de nuestro entorno social, persiste como lacra indeleble. Y por si fuera poco, el abandono y la indiferencia de Fermín,  ese individuo execrable que sepulta la ilusión de Cleo, de una nueva vida.

Así, ese paisaje urbano, la familia en busca de la felicidad, y Cleo, nos han obsequiado un poema cinematográfico que ha trascendido fronteras, digno de aplausos y de admiración.