sábado, 11 de agosto de 2018

Las lágrimas de Gloria

Los mejores viajes  son ese retorno al pasado para el que no necesitamos comprar un boleto.  
Así me sumerjo en el laberinto de la distancia para recordar las lágrimas de Gloria. 
Jamás vi tanta agua escurrir por la fatalidad. 

A los siete años no pensaba en la muchacha que  ayudaría  en el hogar, sino en lo novedoso de tener un integrante más en casa. 

Gloria había subido cumbres y montañas, había dejado atrás su pueblo y habíamos cruzado el camino de las aventuras: los vagones del ferrocarril. 

Y con ella otro personaje más que algo extraño viajaba en primera clase: un pollo. Un pequeño animal que apenas mostraba un sedoso manto que intentaba ser un verdadero plumaje. 
Así, tras kilómetros fantásticos con la compañía de  Gloria y Cornelio llegamos a la capital, a México,  como solíamos nombrarla. 
Una vez que arribamos a casa, el departamento de Fray Servando Teresa de Mier del edifico 882 fue testigo de la entrañable compañía en que Gloria se había convertido para mí. A pesar de su juventud, la creía tan distante en el tiempo: ¡qué lejanos podrían podrían ser sus dieciocho años!


Al menor descuido era ella que me reprendía para que cuidara a Cornelio. “Sácalo de su casita, necesita caminar”. Y era entonces cuando Cornelio corría, y yo tras él. “Debes ser bueno con él, aliméntalo con migajas de pan y de afecto”.  

Así, los meses con sabores encantados y el desasosiego infantil, pasaron frente a mí creyendo en la imperecedera felicidad. 
Gloria. sin duda,  se había convertido en alguien importante. Su voz era mi conciencia, pero también una voz amiga. 

Pero esa sonrisa se apagó un día. Sí, en aquel día insospechado, de esos que no deseas nunca se aparezcan en tu camino. Mi madre fue la portadora de la mala noticia. Gloria lavaba  ropa en el fregadero. El teléfono sonó,  y, tras levantar la bocina: una expresión de tragedia. 
Gloria dio unos pasos desde la cocina hacia la sala y ahí vi la mirada del mal momento. 
Yo no sabía nada acerca de la muerte, o al menos era un territorio lejano de mis pensamientos. Cuando la imaginaba,  era distante, anecdótica: la mejor muerte es la ajena. Así, cuando escuchaba las historias del tío que murió en tal lugar y tal año; la niña que pereció en un accidente, eran penas lejanas, no mías.
Pero en aquel instante de lágrimas, el mal día había llegado. 

No, pensé,  no era posible que Gloria estuviera triste. Sus ojos se cubrieron con esas manos endurecidas por el trabajo. Y escuché un lamento que imaginé era la expresión del corazón herido. Y unas lágrimas imperturbables cayeron en cascada para liberar  el dolor y humedecer el alma. 

La imagen del lamento y la pena de Gloria fueron interrumpidas por la voz de mi madre que miró al piso con un  grito de asombro , dejó ver que se había inundado. Eran demasiadas lágrimas, mucho el dolor. Ahí, de pie, observé aquella muchacha que acababa de enterarse de la muerte de su padre.

Me quedé ahí, con un silencio perturbado; con el sollozo de la desgracia, con Cornelio en su encierro esperando sus migajas,  y un piélago cristalino: las lágrimas de Gloria. 



domingo, 5 de agosto de 2018

Elecciones presidenciales, el Ágora y los camaleones políticos.


No hay nada más corrompible que los incorruptos. Poco entrenados como están a la tentación, cuando ceden no conocen ya límites.
Indro Montanelli

En tiempos de cambios, política y Poder. La frase de Montanelli nos recuerda la fragilidad humana: no hay hombre que se rinda al canto de las sirenas. Sólo algunos, como Ulises,  que escuchó el bello canto sin ser devorado y pudo ver la monstruosidad de esas bellas damas que masacraron a los hombres.  

Pero para los camaleones políticos los llamados al poder suelen ser bellas melodías que aprenden a sortear, logrando el hueso del perro que satisface su apetito voraz. 

En la Ágora, en la arena política mexicana se  acaba de levantar el polvo para dejar a la Izquierda el camino libre para gobernar. Un hito que,  además de dejar a un lado a los partidos hegemónicos, nos deja una gran caja de Pandora donde los demonios se han soltado aun  cuando no se ha entregado la estafeta. 

Aún más, el Ágora digital fue testigo de las más inusitados combates en las redes sociales. Las afinidades partidistas marcaron una distancia acre entre amigos, enemigos y familias. 
Amigos se ofendieron aclamando a su candidato preferido; familias enteras confrontadas por la pasión, ahora, solo un silencio enemigo. Los debates en Facebook fueron innumerables y, además, llenos de agravios cargados de un rencor social. 

Ya tenemos presidente, y como cada seis años, la esperanza de Pandora lo único que nos deja es la ilusión, que para nuestra desgracia, se desvanece en los primeros meses de mandato. 
Para los que nacimos por esos años de los sesentas, el famoso dedazo era el rayo del todopoderoso Dios que señalaba a su sucesor, “y te aguantas pueblo, no hay más”.
Aunque esos tiempos lejanos nos dejaron un pequeño trauma al parecer ya superado, la política actual no deja de darnos un pequeño escalofrío cuando el camaleonismo se hace presente. 

Los Fouché y Talleyrand, de la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, supieron serpentear entre la guillotina, los girondinos, jacobinos y sobrevivir a Waterloo.
 Pero en tiempos más lejanos, Alcibíades, el ateniense, cambió de bando y de lealtades a su muy sabia conveniencia.

Ya se asoman los dinosaurios, los Alcibíades, los Fouché, que conocen muy bien cómo cambiar de color y de lealtad ideológica: del tricolor, al blanco, y del amarillo al moreno. 
Ese camuflaje moral con coraza de cinismo, se hace presente hoy más que nunca en este México, donde al fin y al cabo, todo se vale. 

Al parecer el tiempo perdona todo, y, el que en un tiempo causó el encono de la izquierda, hoy es el mesiánico   salvador  al subir al pedestal de la Energía Eléctrica. Sin duda, como dijera Carlos Fuentes, hay un México que se niega a morir. 

 Como el zarismo de la la monarquía Rusa que renació  con Kruschev, Brezhnev, y ahora Putin, el caudillismo mexicano amenaza con implantar la figura que  nos salvará de todas las calamidades nacionales. Un estigma que por desgracia el pueblo es el principal renovador de tan ferviente tradición. 

¿No ha llegado el momento de exigir respuestas?, ¿del cambio desde el mismo individuo?, ¿de practicar las virtudes ciudadanas?, ¿es muy difícil ser honesto, justo, respetuoso?, ¿no es el momento de exigirnos a nosotros mismos un mejor nivel educativo y cultural? Y estas preguntas retóricas van también para los dirigentes del nuevo Estado Mexicano. 

El Ágora espera el debate hablado, la discusión sin argumentos ad hominen, cara a cara con la civilidad de respetar las diferencias ideológicas y aceptar que el adversario puede tener una opinión distinta. 

En México ganó la democracia, ¿hará la política un país mejor del que ya tenemos?