domingo, 17 de junio de 2018

Rusia 2018*



Ha comenzado la odisea del Campeonato Mundial de Futbol. Y cada país vivirá por 32 días, una esperanza. Para algunos confirmar que su equipo mantiene su status de campeón, para otros quizás, la ilusión de la primera vez, y otros más, el anhelado quinto partido. 

Pareciera que todo comenzó en 1970 y Brasil. Cuando México adoptó la nacionalidad carioca por un largo tiempo. No importaba ya que nuestro seleccionado nacional hubiera perdido: éramos brasileños. La copa Jules Rimet se alzó por tercera vez para un equipo y estaría en su hogar definitivo: Brasil. Díaz Ordás parecía haber olvidado la matanza del 68. y  sonreía mostrando sus caricaturescos dientes.  para entregar a Carlos Alberto, la ansiada copa. 

Pero la historia nos dice que antes de esa gran fiesta deportiva hubieron otras batallas y acontecimientos insospechados. Goles fantasmas, porteros milagrosos, estadios tristes y semidioses,  a los que se les dio categoría cósmica: astros del futbol 
El drama, el mito, y las heroicas gesta futboleras, han sido material para el imaginario de numerosos escritores y periodistas deportivos. El mismo Esquilo hubiera deseado estar presente en Maracaná en 1950 para describir la tristeza y las lágrimas de un pueblo que llora su más terrible derrota, y, quizás, la hubiera titulado igual que como es conocida: La Tragedia del Maracaná. 

La cuna del futbol vivió su gran momento en el también lejano ‘66. Bakhramov, que no es un jugador, sino el árbitro que dio por bueno el Gol Fantasma. El serbio afirmó siempre que sí fue gol y que en  su país todos afirmaron que el balón había cruzado la línea. Inglaterra tenían cuentas pendientes después de la Segunda Guerra  Mundial y con esta victoria asestaba dos derrotas a Alemania: haberle  ganado la sede del mundial por siete votos,  y alzar la copa en Wembley. 

Si esa fue la Edad Media del balompié, el balón siguió rodando para llegar a la era moderna transformando el deporte en el espectáculo de masas como hoy lo conocemos.  Pero su esencia no ha cambiado. Al fin y al cabo todos persiguen el esférico que sigue creando historias memorables. 
Y en la narrativa siguen quedando la derrotas, los los villanos y los héroes que a veces han necesitado a  Dios que se entromete dándoles “una manita”. 
Pelé nos mostró al guerrero creativo y sus goles mitológicos; Maradona nos sorprendió con su talento y que además los semidioses pueden ayudarse de la Mano de Dios; y Messi implora y ve al cielo esperando su Deux Machina que lo lleve a la gloria. A lo lejos se ve a Ronaldo, que ha dejado la discreción para incluirse en los Grandes del balompié. 
La derrota es más recordada que la victoria, queda clavada en el pecho y no sana ni con el tiempo: nos deja el recuerdo de lo inmerecido. 
La derrota, al igual que la tragedia griega, es dolorosa, lo imposible sucede, aún invocando a los dioses. La tragedia del Maracaná; Holanda y su eterno subcampeonato, y nuestro mayor encono y frustración: “no era penal”.

Ahora, Rusia escribe su historia, sobre un hermoso  telón de fondo: la Plaza Roja, el corazón de la impenetrable histórica Moscú; San Petersburgo, el sueño de Pedro el Grande; Siberia y su frío eterno. El balón rueda, ya también la imaginación. 
Lo impensable sucede, las grandes batallas nos dejan la épica, material para los poetas y los amanuenses que esperan al Homero del siglo XXI les dicte las más fascinantes historias. 
Los fantasmas del pasado siguen presentes: Beckenbauer corre con un brazo herido; Pelé debuta a los dieciséis años; México es el equipo que recibe el primer gol de la copas mundiales; Johan Cruyff, y el futbol total. 

El balón que gira nos despierta ilusiones, el silbato anuncia  la epopeya, la imaginación construye el  castillo para la defensa heroica, aún sabiendo que los ladrillos tal vez, no soporten la artillería. 

Quizás lo mejor es no ser el campeón del mundo, esperar la ayuda bondadosa del destino, y no esperar el quinto partido. Sino dejar en el recuerdo el esfuerzo en la cancha a pesar de las heridas, el partido del siglo, y los goles que producen esperanza. 

*Dedicado a mi hija Claudia Fernanda, futbolera, apasionada del deporte y defensora a muerte de los colores nacionales. Y que me ha hecho sentir la maravillosa sensación cuando ataja la jugada peligrosa o anota un gol con sus poderosos y mágicos pies.