La luz intangible. Silencio. Ausencia.
Una lectura que conduce al paraíso, a la imaginación que no encuentra un horizonte donde descansar la esquiva mirada, es, inmerecida recompensa de la avidez de conocer ese mundo todavía indescifrable: las páginas fantasmas. Esas que jamás se leerán completas pero es el gozo la espera: cita de amor que tal vez, nunca suceda.
Tres pares de ocelos que de vez en cuando cercioran la presencia de un amo que parece pernoctar en un sueño interminable. Suspiros intercalados entre caricias, las migajas amorosas con las que se conforman.
Escuchar la interrupción del silencio, esos pequeños intrusos que recuerdan que la realidad existe: un ave canta; el viento acaricia las hojas de un árbol creando una extraña melodía; y más allá profundo, algún recuerdo evoca las palabras extraviadas en el tiempo.
La ausencia, ese vacío del espacio, el irrevocable latido del pensamiento que en el eco escucha las voces del pasado, y ve, en irónico destello, la imagen invencible de sus seres amados.
Y el sublime cautiverio de la indómita palabra arrebata la conciencia, vorágine infinita que vuelca el pensamiento apresando el espíritu que, en vano intento de abandono, se sumerge profundo en el dilecto mar de la poesía.
