sábado, 30 de diciembre de 2017

Ana de Cleves, Enrique VIII, Holbein y el Photoshop


Enrique VIII es, sin duda, uno de los personajes de la historia que atraen las miradas. Y si uno voltea a ver la historia del rey, es inevitable pensar en  sus célebres esposas y con cada una de sus intrincadas vidas. Sin duda, para muchos, la cabeza de Ana Bolena es la que más miradas atrae. Pero cada una de ellas tiene su encanto histórico y anecdótico. 

No podríamos olvidar a Catalina de Aragón que tuvo que soportar el ostracismo que le fue impuesto por el Rey,  para dejarle el paso libre a Ana Bolena. Aunque el precio de la nueva flamante reina, como ya lo sabemos, fue hospedarse en la Torre de Londres para capitular su destino.

Joana Seymur le dio su máximo deseo: el único varón anhelado, pero como la Piel de zapa de Balzac, ese hijo le arrebató algo de vida al Rey y la vida completa de su más amada esposa. Justo es que Enrique y Joana se encuentren sepultados en la Capilla de San Jorge en Windsor.

Siguieron Ana de Cleves, Catalina Howard  y Catalina Parr. Howard, por su infidelidad al rey es conducida al cadalso un trece de febrero de 1542. 

La última Catalina es la compañera en la vejez de Enrique. Fallece un año después del Rey a la edad de 36 años.
 ¿Y qué pasa con Ana de Cleves? 

Un día  me hallé frente a su sepulcro. La ignorancia es la fuente de la sabiduría pero también del asombro. Caminando por la Abadía de Westminster, apreciar su arquitectura y poner los pies sobre siglos de historia, conmueven. Los sepulcros y los nombres de Charles Dickens, Isaac Newton, Charles Darwin y el rey zanquilargo Eduardo I, colmaron mi  desbordado interés por la historia. 

Pero el encontrarme con que Ana de Cleves gozaba del privilegio de aposentarse junto a  tan notables personajes,  fue el abrupto giro que me llevó a una alegría insospechada. 
¿Cómo la más insignificante, no bella, despreciada por Enrique VIII, llegó hasta ahí?

El Lord Chambelán, Thomas Cromwell, fue el promotor para que el rey la tomara como su cuarta esposa. Hábil político y estadista, tuvo a bien promover el matrimonio y para ello se valió del pintor Holbein el joven, pintor de la corte que fue enviado a Alemania para retratar a la “hermosa” princesa de Flandes. 

Sí ahora el photshop oculta arrugas, crea ilusiones vanas, y milagros faciales, los pintores de la corte podían hacer obras a la medida de los intereses políticos de la realeza. 

Fue así como Ana de Cleves posó para Holbein, que escondió las imperfecciones para un rey que, a dos años de viudez, necesitaba una esposa joven y bella. Fue la obra el reflejo imaginario que el pintor plasmó en el lienzo en aquel año de 1539 y que, ante el asombro de Enrique VIII, permitió el arribo a Londres de la futura reina. 

La desilusión es la fría realidad que nos abre los ojos para ver la imperfección que nos hace más humanos. Pero para el poderoso monarca la desilusión lo condujo a un matrimonio no consumado de sólo seis meses y dejó para la historia la frase que haría conocer a Ana de Cleves como “La yegua de Flandes”. 

Pero el rey Enrique fue benévolo con Ana permitiendo viviera en la corte como “La hermana del rey”. No lo fue, sin embargo, con Thomas Cromwell, a quien culpó de su desastroso  breve matrimonio y ordenó su ejecución en la torre de Londres.

Si los píxeles nos engañan hoy en día con nuestra foto de perfil, el lejano siglo XVI también tenía grandes artistas que alteraban la realidad a la medida.  Holbein pudo conservar su trabajo y su cabeza y, para su propia fortuna, no tuvo más  encargos conflictivos. 

Ana de Cleves sobrevivió al rey, y el día de su muerte mereció un funeral digno de una monarca y es la única de las esposas de Enrique VIII que se encuentra en la Abadía de Westminster. 

De pie, admirado por la sorpresa, el sepulcro de tan singular reina me hizo pensar en su afortunada ausencia de encanto, pero también  en la gracia suficiente que tuvo  para conservar su cabeza, en un reino donde se podía perder, aun siendo la más bella.