martes, 30 de junio de 2015

El tlacuache


Cuando supe por primera vez de la existencia del tlacuache, era un niño y visitaba a mis tíos en el pueblo de Valle de Bravo. Me atrajo su nombre tan singular y  se crearon en mi mente imágenes monstruosas y diabólicas: era un animal escurridizo que mostraba sus dientes para amedrentar a sus enemigos, robarse gallinas y quitarnos el sueño. Por momentos el terror me hacía compañía en esas tan ansiadas visitas con la familia. No dejaba de pensar que caminaba por las tejas esparciendo su orín, acechando con sus poderosos colmillos y llevarse algún pollo indefenso. 
También me enteré del infortunado fin que tenían muchos de ellos: desde su cacería sistemática hasta el consumo de su carne. Los que tenían la osadía de nocturnos paseos sobre los tejados, terminaban con un balazo o un machetazo que los partía en dos. 

¡La historia completa la encontrarás en el libro Vida de Perros!
Envíos al mail luismartin001@gmail.com



martes, 16 de junio de 2015

Los tres miedos

Cuento
  Te busqué en cada rincón donde algún día estuviste, en las fotografías donde tu sonrisa anunciaba la alegría que repartías para todos, para los otros.  Eras tú, sí, la del gesto invencible con la inocencia extraviada que ya nunca encontraste.
    Invadí los rezos donde te invocaban como santa, ahí escuché tu nombre pero no tu alma. Sólo me esforcé en dibujar una sonrisa, insuficiente para demostrar mi asombro. Y es que es bueno llorar a tiempo, rociar un poco de vergüenza al suelo, aunque después pisen esas lágrimas para hacer lodo.  Después me dijiste que no te importaba, que esas lágrimas ahora eran como una lluvia que penetra pero no humedece, no suaviza ni mitiga el  páramo de su conciencia.
     Las promesas escudriñé de algunos que en la traición encontraron su mejor cumplido. Y seguí tu destino invertido cuando la infancia era tu mejor futuro. Esas tardes en que la tierra querida de tus padres estaba ahí, no un erial, no un paraíso: sólo un jardín de nostalgias vivas. ¿Recuerdas? Ahí querías partir donde la felicidad te esperaba. Y así retrocedías y me llenabas la cabeza con todas tus historias.
    Me perdí en esos retratos cuando la ilusión conociste. Cuando pensaste que la felicidad te la podrían compartir, que no era propiedad de los demás. ¿Es que pudiste tener una mejor sonrisa, unos mejores ojos color de primavera? Recorrí los espacios dentro de los retratos para escuchar las voces que fueron el canto de tu tristeza. ¿Por qué te traicionaron? Incierta tu voz me contesta: es que así debía de ser, qué podía hacer.
     “Qué podía hacer”. Escuché tus últimas palabras cuando desperté y ya no estabas. Otra vez te ibas sin decirme cuando vendrías. Tal vez en la noche o a las tres de la mañana como cuando con un mudo cigarro dialogabas para buscar las respuestas a las incógnitas del día. A tus dudas. A tus penas.
     Te encontraba una y otra vez cuidando esas flores, regándolas. Tu mirada se perdía en la celosía donde los fragmentos de luz bañaban tu rostro pálido. Sólo un suspiro era el regreso, el retorno al olvido, a ese rincón donde el abandono fue tu mejor refugio.
     Pasan quince días, llegas y me dices que así está mejor, que el verte diario me puede hacer daño, que no me acostumbre a ti. Que te busque otra vez en los retratos.  Que no me olvide de tus flores, donde a veces te escondes en un pétalo rojo y triste, donde está el eco de tus manos que podaron las ramas secas.
     Me visitas cuando una ansiosa soledad me espera en esos días que el cielo no deja ver la luz del día. Un frío de muertos es el preámbulo justo antes de la tormenta, que espero impasible en la ventana. Caminas horas sin detenerte a ver la lluvia. Unas inquietas gotas resbalan por el cristal que tropiezan una con otra hasta formar un pequeño arroyo. Es un domingo sin esperanza que deseo muera pronto y tener el lunes para revivir la rutina, lo de siempre.
     Te asomas a esperar no sé qué; y me miras sin hablar pero con la ansiedad en tus ojos me dices todo: nadie se acordó de mí para visitarme.
     Y me miras con rabia. Tus ojos de primavera se parecen cada vez más a un invierno seco. Hasta que un relámpago se lleva la luz y me doy cuenta que es de noche. Y tu sombra se desvanece para revivir de inmediato, pero ya no eres tú: creo eres un demonio. No me hablas, y un grito me produce el primer miedo desde que te encontré. Ya no estás cuando la tormenta cesa para dejarnos sólo las gotas  que caen de los árboles.
Y sé que te has ido.
Lejos.
     La mañana fría me intriga. El sol que aparece opaco me seduce a pensar en los días de tus sueños; en esos días que mantuviste la esperanza del reencuentro que nunca llegó. Me confesaste tu desdicha por la ausencia de los que creíste, por ser hijos tuyos, tendrían la bondad en sus venas. Si hubieran podido, los cuervos te hubieran picoteado: sólo te olvidaron.
    Los perros me invaden los oídos con sus voces, sus dientes brillan de gusto por verme. El regreso del trabajo es una pequeña fiesta que me turba hasta que se alejan después del cumplido. Es el sillón azul que me invita al descanso y de nuevo los recuerdos me interrumpen el fastidio del día. Son los recuerdos de tus vivencias, de las nuestras, de las que pasado el tiempo siguen ahí, con un pasado que nos une.
   Emprendo un viaje de la memoria tuya y mía, nuestra, que no se interrumpe y eternizo el sueño. Veo a los dos aviones que parten en dos los edificios, veo caer unos muñequitos desde lo alto; una lleva una pulsera con el nombre de un hombre. Estás conmigo viendo la misma escena cuando escucho unos pasos y despierto.
            Mi mujer y las niñas caminan por el pasillo largo, sus voces son un eco sin sentido, sin forma. Hasta que llegan y me sacuden sus manos para volverme al mundo.  
            Regresas por la noche y los perros ya no te ladran, siempre anticipaban tu llegada. Pero ahora no, te conocen y sólo miran extrañados que atraviesas las paredes. Escuchan tu voz espectral que va tomando forma hasta que se convierten en verdaderas palabras. Pero hoy estás muda, sólo dos palabras me dices: estoy cansada. Son ya diez años desde que vimos a los muñequitos caer con sus caras de muertos. Estás cansada y no quieres hablar. Es sólo tu mirada que me cuestiona, me reprocha y me amenaza con unos ojos de odio, de un monstruo a punto de lanzar llamas: vuelvo a sentir miedo.
            No entiendo tus preguntas, no sé qué responder a tus cansadas dudas. El porqué del abandono, el porqué de tu amor de madre fue un callado sacrificio. El estar tan cerca de la felicidad de otros, te hizo pensar que tú también la tendrías. Fue el tiempo que se encargó de ti, sólo te hizo vieja y dobló tu espalada, tu ánimo y te puso en una cama para que vieras tu obra, tu locura de caminar por tantos años.

-¿Con quién hablabas?
            Tal vez el final esté cerca. Nadie te había escuchado. Tal vez morirás otra vez.
-¿Vas a dormir ya?

Me resigno a que hoy no puedo estar contigo. Sólo veo esos ojos de preguntas, de reproches. Duermo y veo caer los edificios con los muñequitos quemados y sus bocas son las ventanas por donde entro y veo el horror de su desgracia; puedo ver sus últimos pensamientos: a sus hijos, esposas, hombres, casas. Veo la pesadilla de las llamas derritiendo sus carnes, los ojos de miedo de los otros; la salvación en el vacío. Siento su miedo cuando el piso cae sobre otro y este sobre otro hasta que el polvo nubla todo y no puedo ver más.
Un llanto me despierta y ahí estás queriendo consolar el infantil miedo a la noche; pero ya no te pertenece ese llanto, tú ya tuviste los tuyos que consolaste y saciaste de arrullos y canciones.

Pasan los días y sólo observas las infantiles caras que duermen. Rodeas sus camas y extiendes tus brazos para llevarlos contigo. Te digo: no, no es posible, me pertenecen, ya nos son tuyos (me miras y me inquietan tus ojos que hablan por ti). Los abrazo y te pido que te vayas, que otro día vendrás y hablaremos. Te vas pero ya no  hablas, sólo un grito y tu imagen se van como un suspiro.
Ahora regresas y te aprecio más joven.  Veo esa piel blanca en tu rostro, sin manchas ni arrugas;  tu breve boca, de silencio, con el rojo inmediato que le da forma para no borrarla (para decir: aquí estoy, no me ignores); la primavera de tus ojos aún con el brillo obstinado, húmedos de comprometidas emociones; tu cabello dócil, cubriendo con gracia tus hombros que reciben con afecto tus prolongados rizos. Y así retrocedes la distancia en del tiempo, donde tus fuerzas eran suficientes para la vida; para defenderte de tus desgracias, y con insaciable soledad enfrentaste tu destino.
La imagen es breve, vuelves a ser vieja, sin fuerzas, exangüe, cadáver.

Un ingrato y terco recuerdo se desliza llagando el alma para recordarte la brevedad del instante de la felicidad, lo eterno del dolor y la ingratitud humana. Recuerdas y revives tus quejas que eran un concierto de angustias, de dolor que formaban los acordes de una música de traiciones, de macabras soberbias. Recuerdas tu largo trecho, y en intrincados caminos llegaste con la espalda deshecha, doblada por los años al pasillo oscuro, al cadalso del enfermo, al último reposo agitado del adiós.
Ahí estuve en tus postreros sueños. Caminaste para encontrarte con tus temores, con tu alejada tierra y las ausencias muertas. Despertaste por última vez  con un ay de horror, con el lamento de una despedida sin testigos, sin las manos que anhelaste estuvieran cerca y sólo llegaron para estrechar la de otros en mutuo consuelo.
No temas, te dije, no hay nada aquí, sólo otros que deambulan, son los viajeros que también preparan sus maletas al viaje sin regreso. Mis flores, dijiste, riégalas. Mi niña, cuídala. Tráemela, concédeme tal vez mi último deseo.
Ese día se convirtió en oscuridad, el sol se ocultó no sé dónde. Un río de sombras corría hacia ti, ahogando tus últimos respiros. Tu maltratada espalda y tu cansado espíritu necesitaban el reposo perpetuo. Las oraciones y arrepentimientos llegaron tarde, una cita pendiente postergada, que siempre fue mejor para otro día, para luego, para nunca.
La tierra se abrió para anunciar que era el tiempo justo. No hubo palabras. Nada. Llantos, sólo lágrimas ansiosas  por mostrarse…
La reconciliación fue una invitada ausente. Tu ausencia fue el espacio que se llenó con pausados arrepentimientos. Te convertiste en la luz que se avivaba con los rezos, con el aire de los ruegos del “perdóname, me arrepiento y te extraño”. Fueron tus cenizas la sustancia del pasado con la que cada quien esculpió tu epitafio, el que cada uno quiso darte según su conveniencia.
-¿Vienes conmigo? – me dices ahora con tu sonrisa de muerte.
-¿A dónde vas? – mientras hablo tus ojos anuncian con malicia tu respuesta.
- A donde la felicidad se quedó, a la tierra de mi infancia. Donde la noche no esconderá más las sombras que me harán compañía para siempre. A esa tierra buena donde unas nubes dejaban ver el dorado alivio del sol y los colores  dibujaban en mi rostro caricias tiernas de luz. Donde un viento suave acariciaba tímido mis hombros. Es ahí donde los esteros de la felicidad llevaban  corrientes de sueños e ilusiones.
Vuelvo a sentir miedo cuando tu sonrisa se borra, ese dibujo esbozado en tu pequeña boca. Tus labios rojos se vuelven cada vez más fríos y pálidos. Tristes. Tu voz se apaga, sin vida intentan decir adiós pero sólo escucho un lamento. El frío nocturno se lleva con su brisa tus últimas palabras. La noche es oscura pero las nubes que ocultan la luna caminan unos pasos para ver por última vez tu figura, tu mínima boca, tus ojos de primavera.
La ausencia se acerca a mí para estar sólo con tu recuerdo, con esas flores que sembraste y en abundante cosecha florecieron con los años.

El tiempo sembró la nostalgia que ahora siego. Regaré a diario esas flores, donde en vano buscaré tu rostro; imaginaré tu sonrisa y tus pequeños labios que enmudecían. Inventaré las palabras que en tus pensamientos guardabas para ti. Es ahí donde imaginaré tus sueños, tus historias; en esas calladas flores, esas de la ventana que con sus pétalos anuncian la alegría, la vida misma.