lunes, 1 de diciembre de 2014

El perro de los recuerdos



El perro de los recuerdos

Autor: Luis Martín  Quiñones

“Ya pasará el dolor, don Alberto. Muy pronto va a estar mejor, ya lo verá.”   A don Alberto se le caen los recuerdos y el olvido es cada vez mayor. El doctor continúa hablando  a la vez que retira la aguja con la que  aplica el medicamento. Una enfermedad respiratoria hacía mella en el anciano, el invierno estaba cerca y algunos de los enfermos comenzaban a mostrar sus debilidades propias de la edad. 
-¿Sabía usted que tiene un perro llamado Pegaso? Si todo resulta como esperamos, en la tarde estará con usted.
-Por qué me dice esas cosas ¿dice  usted qué  es doctor? ¡Jamás lo había visto! ¿Un perro, dice que un perro? Bueno, si usted lo dice…
-Sí, don Alberto, un perro. Los animales dan cariño y compañía incondicional, sin importar los recuerdos. Y a usted le hacen  mucha falta ese par de cosas.
-Gracias, doctor, aunque no sepa quién es ese Pegaso, me dará mucho gusto recibirlo –dijo Don Alberto esbozando una sonrisa-.
Don Alberto se quedó iluminado por la luz de la ventana, con la memoria marchita y el alma embebida de olvido. El doctor observó el tiempo en él, y pensó: "alegre melancolía que llenas cada día el corazón de este hombre, se olvida de mí con frecuencia, pero nunca  se  olvida de sonreír."
Don Alberto bebía el tiempo, la luz de la ventana; sin rumbo fijo  su mirada y pensamientos se dirigían a un lugar incógnito, oculto y lejano del mundo. 
Esa tarde, mientras tomaba café con sus compañeros, la memoria colectiva hacía que, gota a gota, tuvieran un sorbo de recuerdo de lo que en otro tiempo llamaban familia. 
-Don Alberto, tiene visita –dijo una enfermera muy solemne interrumpiendo los recuerdos colectivos-.
             -¿Visita?, ¿quién me visita? No lo  recuerdo.
Un encargado de controlar al animal llegó a la puerta de la sala, se detuvo y preguntó:
-¿Quién es don Alberto?
Con sus ochenta y dos años a la espalda, el anciano volteó al escuchar su nombre.
-Si mal no recuerdo, soy yo – dijo don Alberto levantando la mano y dirigiendo una sonrisa al manejador. 
Poco a poco bajó su mirada hasta ver un perro de talla mediana, color dorado, abundante pelo y cara amigable. 
-¡Ah!, eres tú el que viene a verme. No te conozco, pero sé bienvenido. 
El animal, que reflejaba una evidente mansedumbre, fue conducido hasta donde don Alberto permanecía sentado. Comenzó a mover la cola y, con ligeros jadeos, llegó hasta las manos que lo esperaban  amables. Sin más aviso, lamió las manos ansiosas del anciano. Un relámpago sacudió el cerebro de don Alberto, un manantial de sensaciones dispersó el olvido, la ausencia y el Alzheimer que desde hacía dos años padecía. Con ternura acarició al perro, dejó lamer su cara y le permitió poner las patas delanteras sobre sus piernas secas por los años. Luego lo miró a los ojos, clavaron sus miradas el uno sobre el otro. De súbito, inició un viaje en el tiempo, algo reconocía en esa mirada, en esos ojos de ternura que el animal tenía. Un haz de amor se ancló en su pecho y comenzó a arrancarle, pedazo a pedazo, los recuerdos perdidos. 

El relato completo lo encontrarás en el libro Vida de Perros!
Envíos al mail luismartin001@gmail.com